Somos capaces de intuir la categoría del legado recibido y del que se nos ha hecho responsables para su difusión y encarnación. No podemos permitir que se vacíe de contenido este impulso renovador y radical. Se lo debemos a nuestros padres, madres, sacerdotes, religiosos y tantos amigos que echaron el resto por encontrar el camino de retorno a lo más genuino del evangelio. Necesitamos tiempo y abrir distancia para reconocer los verdaderos logros, para hacer nuestras propias conquistas y para equivocarnos también. Aún queda mucho por matizar y descubrir.