Hoy celebramos la Anunciación del Señor y Jornada Provida



El día 25 de marzo celebramos la Solemnidad de la Anunciación del Señor y la Jornada ProVida. Este año se trasladan ambas, al 8 de abril, por coincidir el 25 de marzo con lunes santo.

En pleno tiempo Pascual, fiesta de la Vida que nos trae el Resucitado, la Iglesia celebra hoy la solemnidad de la Anunciación del Señor, en la que se conmemora el anuncio del ángel a María y la Encarnación del Hijo de Dios. El inicio de la vida humana de la segunda Persona de la Trinidad.

La Iglesia no podría encontrar mejor fecha en el año para proponer una Jornada por la vida que este día, en el que  conmemoramos, gracias a la disponibilidad de la Virgen, que el Hijo de Dios se hizo carne de nuestra carne para caminar por  nuestro mismo camino y conducirnos hacia la vida de Dios. 

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ANUNCIACIÓN
Desde el principio la fiesta de la Anunciación, se estableció el 25 de marzo, porque Jesús se había encarnado coincidiendo con el equinoccio de primavera. Es en la Primavera cuando según los antiguos, fue creado el mundo y el primer hombre, como lo comenta Anastasio Antioqueno (599) en su Homilía sobre la Anunciación. Con la reforma litúrgica posterior al Concilio Vaticano II, la festividad ha recobrado su motivación teológica: "…la Anunciación del Señor. Efectivamente, el Concilio recuerda la verdadera raíz de toda la grandeza y del carácter único de la persona y de la misión de María: su relación con Cristo” (Constitución Conciliar Lumen Gentium LG 67)


"Pero el Padre de la misericordia quiso que precediera a la encarnación la aceptación de la Madre predestinada, para que de esta manera, así como la mujer contribuyó a la muerte, también la mujer contribuyese a la vida... Enriquecida desde el primer instante de su concepción con el resplandor de una santidad enteramente singular, la Virgen Nazarena, por orden de Dios, es saludada por el ángel de la Anunciación como «llena de gracia» (cf. Lc 1, 28), a la vez que ella responde al mensajero celestial: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38)" LG 56

Este día se puede resumir como el día en que María dijo "SI" a Dios. María, al decir SI, se convirtió en el primer sagrario pues recibió a Jesús mismo en su propio seno. María también se hizo copartícipe del plan de salvación, al hacerse disponible a la voluntad de Dios.

María es nuestro modelo, después de Jesús, de acogimiento perfecto a la voluntad de Dios. Ella nos da el ejemplo a seguir... hasta nos da las palabras que necesitamos, pues nosotros también podemos decir "Señor, hágase en mí según tu palabra".



JORNADA PROVIDA
En el primer Congreso Internacional Provida, celebrado en Madrid en el 2003, tras una encuesta mundial contestada por más de 20.000 grupos y asociaciones de más de 20 países de Europa y América, se acordó declarar el 25 de marzo el día Internacional de la Vida.

MENSAJE DEL EPISCOPADO ESPAÑOL CON MOTIVO DE LA JORNADA PROVIDA 2013
La Iglesia quiere celebrar en esta Jornada por la Vida el don precioso de la vida humana, especialmente en las primeras etapas tras su concepción. En esta ocasión, de manera especial, ante la falta de protección a la que hoy en día está sometida.

La vida humana es sagrada porque desde su inicio comporta la acción creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin. La vida humana es un don que nos sobrepasa. Solo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término. Nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el «derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente». Por ello, todo atentado contra la vida del hombre es también un atentado contra la razón, contra la justicia, y constituye una grave ofensa a Dios. De aquí la voz de la Iglesia extendiéndose por todas partes y proclamando que «el ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción» y, por tanto, a partir de ese mismo momento se le deben reconocer los derechos de la persona, principalmente el derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida.

En esta ocasión, nuestro punto de partida no puede ser otro más que el de la sagrada dignidad del hombre y del valor supremo de su vida para toda conciencia recta.

Vivir es el primero de los derechos humanos, raíz y condición de todos los demás.
El derecho a la vida se nos muestra aún con mayor fuerza cuanto más inocente es su titular o más indefenso se encuentra, como en el caso de un hijo en el seno materno.

La tutela del bien fundamental de la vida humana y del derecho a vivir forma parte esencial de las obligaciones de la autoridad. Este servicio que ha de prestar la autoridad no consiste más que en recoger la demanda que está presente en la sociedad constituida por personas que nacen a la vida en el seno de una familia, célula básica de dicha sociedad. El derecho a la vida, que no es una concesión del Estado, es un derecho anterior al Estado mismo y este tiene siempre la obligación de tutelarlo
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Afirmar y proteger el derecho a la vida y en concreto el de un hijo en el seno materno, derecho que es inherente a todo ser humano y que constituye la base de la seguridad jurídica y de la justa convivencia, resulta esperanzador y próspero para la sociedad.


El papa Benedicto XVI nos recordó el gran valor y la importancia que el reconocimiento, aprecio y defensa la vida humana tiene para la construcción de la paz social, el desarrollo integral de los pueblos y el cuidado y protección del ambiente: «Quienes no aprecian suficientemente el valor de la vida humana  y, en consecuencia, sostienen, por ejemplo, la liberación del aborto, tal vez no se dan cuenta que, de este modo, proponen la búsqueda de una paz ilusoria. La huida de las responsabilidades, que envilece a la persona humana, y mucho más la muerte de un ser inerme e inocente, nunca podrán traer felicidad o paz. En efecto, ¿cómo es posible pretender conseguir la paz, el desarrollo integral de los pueblos o la misma salvaguardia del ambiente, sin que sea tutelado el derecho a la vida de los más débiles, empezando por los que aún no han nacido? Cada agresión a la vida, especialmente en su origen, provoca inevitablemente daños irreparables al desarrollo, a la paz, al ambiente. Tampoco es justo codificar de manera subrepticia falsos derechos o libertades, que, basados en una visión reductiva y relativista del ser humano, y mediante el uso hábil de expresiones ambiguas encaminadas a favorecer un pretendido derecho al aborto y a la eutanasia, amenazan el derecho fundamental a la vida»
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En nuestro contexto actual, parece obligado añadir que una conciencia cristiana bien formada no debe favorecer con el propio voto la realización de un programa político o la aprobación de una ley particular que contengan propuestas alternativas o contrarias a los contenidos fundamentales de la fe y la moral en este sentido. Dado que las verdades de fe constituyen una unidad inseparable, no es lógico el aislamiento de uno solo de sus contenidos en detrimento de la totalidad de la doctrina católica.

Por otro lado y de igual modo queremos decir que el compromiso político a favor de un aspecto aislado de la doctrina social de la Iglesia no basta para satisfacer la responsabilidad de la búsqueda del bien común en su totalidad. En esta línea de responsabilidades consideramos importante recordar que tampoco el católico puede delegar en otros el compromiso cristiano que proviene del evangelio de Jesucristo, para que la verdad sobre el hombre y el mundo pueda ser anunciada y realizada.

Cuando la acción política tiene que ver con principios morales que no admiten derogaciones, excepciones o compromiso alguno, es cuando el empeño de los católicos se hace más evidente y cargado de responsabilidad. Ante estas exigencias éticas fundamentales e irrenunciables, en efecto, los creyentes deben saber que está en juego la esencia del orden moral, que concierne al bien integral de la persona. Este es el caso de las leyes civiles en materia de aborto y eutanasia.

Es, como obispos, nuestra obligación ayudar al discernimiento acerca de la justicia y de la moralidad de las leyes. En este sentido, debemos reiterar que la actual legislación española sobre el aborto es gravemente injusta, puesto que no reconoce ni protege adecuadamente la realidad de la vida. Es, pues, urgente la modificación de la ley, con el fin de que sean reconocidos y protegidos los derechos de todos en lo que toca al mas elemental y primario derecho de la vida.

También es apremiante la difusión que en este campo realiza la Iglesia a través de diversas entidades como los COF (Centro de Orientación Familiar); la formación de las personas que trabajan en ellos; la creación de dichos centros donde no los haya; la incorporación de más católicos responsables, comprometidos y formados en las diversas tareas que este trabajo a favor de la vida conlleva. Entre estos trabajos consideramos importante resaltar la labor de asistencia y ayuda a las madres embarazadas, en riesgo de abortar, en el nivel asistencial-material y también en el psicológico antes y después de un posible aborto. En este sentido urgimos también, a la formación de sacerdotes en este terreno para poder asistir adecuadamente a las cada vez mas numerosas madres que padecen el síndrome post-aborto.

Por todo ello y dada la fragilidad de la condición humana y conscientes de nuestras limitaciones, invocamos y pedimos la ayuda a santa María Virgen, Madre de la Vida.


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