Los decretos que promulgó el Vaticano II fueron nueve. Hoy abordaremos cinco de ellos. No tienen la entidad de las cuatro grandes Constituciones. Más bien son concreciones de lo que estas declaran especificando cómo deben aplicarse en un punto o aspecto concreto que luego tendrán que ser desarrolladas en el Derecho Canónico o normativas específicas. Responden al ¿y cómo hacemos para conseguir estos cambios en este ámbito concreto? Hoy abordaremos los que se refieren a los Medios de Comunicación, las Iglesias orientales católicas, el Apostolado de los laicos, la Unión de los Cristianos y la actividad misionera. Deberíamos dedicarnos, por su tema y su repercusión, a estos tres últimos de una manera singular, pero os animamos a acercaros a los tres con interés. |
Inter
Mirifica, sobre los medios de comunicación.
Es el decreto del Concilio Vaticano II sobre los medios de comunicación
social. Fue el primer documento promulgado, el 5 de diciembre de 1963. Es
también uno de los documentos más cortos del Concilio, que consta de una
introducción, dos capítulos y una conclusión.
En su breve introducción, el decreto hace una valoración de la
importancia de los medios de comunicación y justifica la atención que le presta
el Concilio, consciente en su influjo en la salvación de las almas y en el
progreso de la humanidad.
En el primer capítulo establece las normas reguladoras del recto uso de
los medios de comunicación y hace, a continuación, un análisis de los derechos
y deberes que se derivan de la existencia de los medios y de su naturaleza
técnica y universal. Hace reflexiones muy valiosas para una primera ética de la
comunicación.
Se declara el derecho a la información y se desgranan, a continuación
los deberes que afectan a cada uno de los protagonistas de la comunicación: empresas,
profesionales, Estados, y los espectadores como destinatarios del proceso
comunicativo.
En el segundo capítulo, titulado "Los medios de comunicación y el
apostolado católico" abordan el fenómeno comunicativo y las
responsabilidades que plantea a la acción pastoral de la Iglesia.
Orientalium
Ecclesiarum, sobre las Iglesias Orientales Católicas.
Es un
decreto con carácter fundamentalmente disciplinar. No vamos a entrar en detallar
el documento, pero es importante que nos hagamos conscientes que existen una
buena cantidad de Iglesias Orientales unidas a Roma y al Santo Padre que tienen
sus peculiaridades en cuanto a su jerarquía, su liturgia y cuestiones
disciplinares que no son las están al uso entre nosotros, pero merecen todo
nuestro respeto.
Se las
denomina por contraposición a las Iglesias Orientales Ortodoxas, Iglesias
Orientales Uniatas (unidas a Roma) y son entre otros los coptos, caldeos,
armenios, maronitas, melquitas y ucranianos.
En ellas,
como dice el decreto, “resplandece la tradición que viene de los Apóstoles por
los Padres de la Iglesia y constituyen un Patrimonio Único para la Iglesia
Universal” (1)
Apostolicam
Actuositatem, sobre el Apostolado de los Laicos.
Como hemos
visto en las entradas que hemos publicado anteriormente, hasta este momento se
tenía generalmente un concepto pasivo del laico que, de hecho se definía en
sentido negativo como “aquel que no es clérigo”. Se puede intuir, por tanto, que
devolver al laico su papel primordial en la Iglesia, no estuvo exento de
tensiones en medio de las discusiones y exposiciones episcopales, una de las
cuales fue la de nuestro entonces arzobispo de Oviedo, Monseñor Vicente Enrique
y Tarancón.
En el
documento se aborda en el capítulo I la vocación de los laicos al apostolado,
su fundamento y las características. A continuación (II) se establece el sentido
del apostolado laical: la configuración cristiana del orden temporal y los
ámbitos (III) de ese apostolado: la parroquia, la familia, la sociedad, el ámbito
internacional, los ambientes (jóvenes, p.e.),… Se habla de las formas (IV) en
las que ejercer ese apostolado individual o colectivamente (en grupo)
destacando el papel de las Asociaciones y Movimientos (Acción Católica). El
capítulo V aborda la relación entre los laicos y la jerarquía y el VI la
formación de los laicos.
“Hay en la Iglesia pluralidad de ministerios
pero unidad de misión… Los laicos, partícipes de la función sacerdotal, profética
y real de Cristo, realizan en la Iglesia y en el mundo la pate que les
corresponde en la misión del Pueblo de Dios: imbuir de espíritu evangélico el
orden secular” (AA 2)
“Como en nuestros días las mujeres
participan cada vez más en toda la vida de la sociedad, es muy importante que
también sea más grande su participación en los diversos campos del apostolado
de la Iglesia” (9)
Unitatis
Redintegratio, sobre el ecumenismo.
El
Ecumenismo, ya lo declaraba Juan XXIII, era uno de los propósitos principales
de la convocatoria de este Concilio. Juan XXIII creó antes del Concilio un
Secretariado para la Unidad de los Cristianos y puso al frente de ella al jesuita
cardenal Bea –el confesor de Pío XII- que tenía una sensibilidad abierta y
progresista.
Fundamentalmente
en el documento se supera la idea tradicional de “retorno” –“si ellos quieren,
que vuelvan”- para entrar en una nueva idea más dinámica y esperanzadora de un
nuevo modelo de unidad basado en la variedad y la complementariedad de los carismas,
en el aprecio mutuo y la cooperación, en la comunicación desde la escucha en
fidelidad al evangelio, en buscar el beneficio de la Sociedad y la Dignidad de
las personas, destacando siempre lo central: la Palabra y la Cena del Señor.
“Esta división contradice clara y
abiertamente la voluntad de Cristo, es un escándalo para el mundo y perjudica
la causa del evangelio” (1)
“Antes de nada, los católicos deben
considerar con ánimo sincero y atento todo aquello que hay que renovar y llevar
a cabo en la propia familia católica” (4)
“Esta cooperación debe ir perfeccionándose
cada vez más… También en el uso de remedios contra las desgracias de nuestra
época, como son el hambre y las calamidades, el analfabetismo y la miseria, la
escasez de viviendas y la injusta distribución de los bienes” (12)
“Las Sagradas Escrituras son un elemento
precioso en las manos de Dios para lograr la unidad que el Salvador muestra a
todos los hombres” (21)
Ad Gentes,
sobre las actividad misionera de la Iglesia.
Con el
Decreto Ad Gentes se pasa de una concepción tradicional de las Misiones como la
“implantación de la Iglesia en países paganos” a la recuperación de la Misión
como “función misionera de todo el Pueblo de Dios” –también dentro de los
países tradicionalmente cristianos y desarrollados- que conlleva la encarnación
en las comunidades locales y el respeto por las culturas propias donde el
dinamismo de la vida cristiana planta y desarrolla la semilla del Evangelio.
Por ello, en
el capítulo II desarrolla la obra misionera de la Iglesia hablando de:
- El Testimonio de todos los cristianos, su encarnación en los pueblos,
- El Primer Anuncio del Evangelio; el Catecumenado; los Sacramentos,
- La Formación de la Comunidad Cristiana.
Así pues,
todo el Pueblo de Dios está llamado a ser misionero y la vida de la Iglesia es
fundamentalmente “Iglesia en misión”
Os proponemos
el nº 8 para acceder, al menos a una joyita del documento:
“La actividad misional tiene también una
conexión íntima con la misma naturaleza humana y sus aspiraciones. Porque
manifestando a Cristo, la Iglesia descubre a los hombres la verdad genuina de
su condición y de su vocación total, porque Cristo es el principio y el modelo
de esta humanidad renovada, llena de amor fraterno, de sinceridad y de espíritu
pacífico, a la que todos aspiran. Cristo y la Iglesia, que da testimonio de El
por la predicación evangélica, trascienden toda particularidad de raza y de
nación, y por tanto nadie y en ninguna parte puede ser tenido como extraño.
El mismo Cristo es la verdad y el camino
manifiesto a todos por la predicción evangélica, cuando hace resonar en todos
los oídos estas palabras del mismo Cristo: "Haced penitencia y creed en el
Evangelio". Y como el que no cree ya está juzgado, las palabras de Cristo
son, a un tiempo, palabras de condenación y de gracia, de muerte y de vida.
Pues sólo podemos acercarnos a la novedad de la vida exterminando todo lo
antiguo: cosa que en primer lugar se aplica a las personas, pero también puede
decirse de los diversos bienes de este mundo, marcados a un tiempo con el
pecado del hombre y con la bendición de Dios: "Pues todos pecaron y todos
están privados de la gloria de Dios".
Nadie por sí y sus propias fuerzas se libra
del pecado, ni se eleva sobre sí mismo; nadie se ve enteramente libre de su
debilidad, de su soledad y de su servidumbre, sino que todos tienen necesidad
de Cristo modelo, maestro, liberador, salvador y vivificador. En realidad, el
Evangelio fue el fermento de la libertad y del progreso en la historia humana,
incluso temporal, y se presenta constantemente como germen de fraternidad, de
unidad y de paz. No carece, pues, de motivo el que los fieles celebren a Cristo
como esperanza de las gentes y salvador de ellas".
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