“Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza” (Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, 57)
Con el Concilio aprendimos a ser personas más humanas, más creyentes para el mundo de hoy. Por eso toca ahondar, actualizar, poner en práctica, volver realmente a las fuentes, experimentar los horizontes y los límites de las propuestas, hacer efectivas las conclusiones, reflexionar al hilo de la vida en cada nuevo contexto y en las diferentes culturas…
En el clima actual de perplejidad y de crisis universal, los cristianos tenemos que afrontarlo como un momento, no de muerte, sino de parto, que en medio de este caos, está presente el Espíritu que se cernía sobre el caos inicial para generar la vida, el mismo Espíritu que engendró a Jesús de María Virgen y lo resucitó de entre los muertos. El Espíritu es quien dirige la Iglesia y la humanidad. No es la primera crisis por la que atraviesa la Iglesia. Puede ser un momento pascual, el paso de la muerte a la vida. Del caos puede surgir la vida renovada.
Por ello, porque creemos en el Espíritu, hemos de continuar con el proceso de recepción del Vaticano II, aún inacabado, explotar su herencia, pues su luz y sus intuiciones que nos equiparán para responder a los retos de hoy.
En este 50º aniversario estamos llamados a convertirnos al mismo Espíritu que movió a Juan XXIII a convocar el concilio, imitar su bondad, su actitud de diálogo, misericordia, serenidad, confianza en Dios y al mismo tiempo sus deseos de aggiornamento y de dar un salto hacia adelante. Y sin desilusionarnos, trabajar desde abajo en renovar la Iglesia como lo hicieron los movimientos renovadores de los años 50 del siglo pasado. Después del duro invierno nace siempre la primavera.
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