Pentecostés


Este domingo celebramos la fiesta de Pentecostés. Con ella terminamos el tiempo de Pascua y volvemos al llamado litúrgicamente Tiempo Ordinario. Pero para el que ha pasado "internamente" por la experiencia de la Pasión y la Pascua, ya nada puede tener de ordinario el día a día. Cada día es una nueva oportunidad de encuentro con Jesús Resucitado, que vive en el mundo, que trabaja junto a nosotros y con nosotros en hacer real el Reino de Dios.








En esta fiesta de Pentecostés recordamos que esta tarea que tenemos por delante de transformar el mundo, no es algo que dependa de mis fuerzas. Nada podré hacer si no me dejo primero transformar por el Espíritu Santo que recibo de Dios y que me habita. Si no dejo que sea él quien actúe a través de mí. Si no dejo que sea él mi fuerza y mi ánimo.

No es un trabajo fácil. Quizá hoy en pleno siglo XXI el asumir que algo no depende de mí sea una de las tareas que más nos cuesta. Asumir con humildad que no va a ser mi dedicación, mi trabajo o mi esfuerzo lo que cambien mi vida o el mundo. Que sólo si escucho y dejo actuar al Espíritu que Dios me envía estaré realmente ayudando a dar forma al Reino de Dios. Y sobre todo, será entonces cuando podré ser testimonio para otros de lo que significa ser cristiano y les podré transmitir la verdadera alegría que me llena.



“Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido, semejante a un viento impetuoso, y llenó toda la casa donde se encontraban. Entonces aparecieron lenguas como de fuego, que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo”. Hechos 2, 1-4







“Estaban todos en un mismo lugar…”
¿Dónde estoy yo…? ¿Me encuentro cerca o lejos de la comunidad de Jesús…? ¿Me siento perteneciente a su familia?...
Oremos con mucha atención pidiendo, por medio de María el Espíritu que nos una y nos mantenga firmes en la fe y perseverantes en la comunidad cristiana.

“De repente vino del cielo un ruido…”
¿Qué ruidos son los que llenan nuestro corazón? ¿Qué voces llenan nuestro interior…? ¿Qué deseos nos atrapan y arrastran…? ¿Busco el silencio como experiencia que me plenifica y humaniza…?
Oremos con insistencia pidiendo, por medio de María Corazón Inmaculado, el Espíritu que nos sobresalte con su voz, que nos despierte de nuestros sueños…

“Semejante a un viento impetuoso…”
El viento, al soplar mueve los árboles, empuja las velas de los barcos, hace rodar las aspas de los molinos… ¡es movimiento! ¿Hay en mi vida movimiento…? ¿Hacia dónde…? ¿Crezco… o estoy paralizado…? ¿Avanzo… o retrocedo…?
Oremos pidiendo, por medio de María el Espíritu que nos mueve hacia Dios y hacia los hermanos y nos hace crecer en fe y en caridad…

“Llenó toda la casa donde estaban…”
¿De qué está llena nuestra casa, nuestro domicilio particular…? ¿Abunda la comprensión…, el diálogo…, el servicio…, el perdón…, la paz…, el respeto…, el amor…? ¿O está lleno de tensión…, incomunicación…, egoísmo…, desconfianza…, envidias…, críticas…, injusticias?
Oremos en este momento por nuestra familia pidiendo, por medio de María Corazón Inmaculado al Espíritu que llene nuestro domicilio de los dones del amor.

“Entonces aparecieron lenguas como de fuego…”
El Espíritu del Señor se presenta unas veces como paloma, otras como viento,… ahora como fuego. Es un fuego que ilumina, que calienta, que purifica, que se expande…
Oremos pidiendo, por medio de María el fuego de amor del Espíritu que nos ilumine porque estamos a oscuras…, que nos caliente porque estamos fríos…, que nos purifique porque estamos sucios…., que nos vivifique porque estamos como muertos…

“Esas lenguas de fuego se repartían y se posaban sobre cada uno…”
Todos recibieron el Espíritu Santo. No quedó nadie sin el don del Espíritu.
Miremos ahora a nuestro alrededor… fijémonos en silencio en los rostros que nos rodean…
Pidamos el don del Espíritu para cada una de las personas de nuestro barrio… pidamos el don del Espíritu para aquel de entre nosotros que más lo necesite…

“Todos quedaron llenos del Espíritu Santo…”
Oremos pidiendo, por medio de María el Espíritu que nos llene de la vida de Dios, que nos transforme porque no somos capaces de cambiar por nosotros mismos, que nos convierta en los cristianos que hoy el mundo necesita, que nos convierta en hombres y mujeres nuevos…









Recibimos como Iglesia, comunidad de los seguidores de Jesús, el regalo del Espíritu Santo. Regalo de sus siete dones: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.

Siete dones que recibimos con los brazos abiertos porque nos hacen falta para hacer memoria continua del vivir y el actuar de Jesús.

Espíritu Santo, gracias por tus dones, magníficos. Regalos envueltos en la suavidad del Amor y la sabiduría del Padre. Regalos que hacen presente siempre a Jesús.

Espíritu Santo, eres el Regalo, el máximo regalo. Nadie da tanto. Tú te das a los seguidores de Jesús y a tantos hombres y mujeres de buena voluntad. Tú mueves el mundo con el aliento de tu presencia.
Necesitamos la seguridad de tu Amor y tu continua protección. Protege sobre todo a los pobres.


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