Después de la resaca de Año Nuevo vamos despertando en este pacífico fin de semana al nuevo año. Están devaluados los propósitos de Año Nuevo, dicen. Y es que es verdad que con el cambio de año todos nos animamos a proponernos retos y fijarnos nuevas metas.
La serenidad del segundo día del año nos devuelve a la realidad, aunque esta vez en medio del descanso del fin de semana, y a contemplar la vida con pausa y perspectiva.
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Somos nuestra historia, el pasado forma parte asumida de nosotros, y no está de mal echar la vista atrás y descubrir todo lo que hemos ido consiguiendo, esas pequeñas y grandes cosas conseguidas con tesón y esfuerzo, en ocasiones grandes logros y en otros casos conquistas inapreciables pero cargadas de valor para nosotros… Si hemos sido capaces de conseguir todo eso, ¿qué límites tenemos a lo que está por venir?
Por ello en nuestro presente, hoy y mañana y al otro,… necesitamos lucidez. La lucidez que nos haga descubrir las oportunidades que se nos brindan cada día. Porque es verdad que a veces nos obcecamos, nos cerramos a lo imprevisto, a lo que no está planificado, al don (que no se conquista),…
Y la lucidez es cuestión de actitud, de vivir la vida abiertos a recibir el don, a que se nos revele la oportunidad, a dejarnos tocar por la realidad que nos llama, por los acontecimientos que claman por que intervengamos, por la plenitud a la que somos llamados cada día…
En el Evangelio de mañana, el prólogo del Evangelio de San Juan, resuena el mensaje más profundo de la Navidad “La Palabra de Dios se ha hecho carne”. Dios no está callado. No es un Dios lejano ni encerrado para siempre en su Misterio. Dios se quiere comunicar con nosotros. Ha querido hablarnos, decirnos su amor, explicarnos su proyecto. Y el pequeño Jesús con su vida, que es Palabra, es sencillamente el Proyecto, la Llamada, de Dios hecho carne.
¿Qué Palabra te dice ese pequeño Niño?
¿Qué llamada escuchas este nuevo año?
¿Cómo te espabilan estas palabras?
¿Qué horizontes marcan a tu vida este año?
Posted in: Navidad
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