¡Alegría y paz, hermanos, que el Señor resucitó!
¡Este es el día que hizo el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo!
Hermanos, nuestro saludo hoy, domingo de Resurrección, el domingo más grande del año, no puede ser de otra forma.
A pesar de la difícil situación que estamos viviendo, a pesar de esta extraña Semana Santa que hemos vivido, sin procesiones, sin salir a la calle para contemplar y manifestar nuestra devoción al Señor que sufrió y murió por nosotros, sin poder participar a las emotivas celebraciones en nuestra Iglesia, sin la cercanía de quienes comparten nuestra fe y compromiso, en la espera de la tan deseada noticia “¡la pandemia ha terminado!”, en nuestro país, en el mundo, a pesar de todo esto, no temamos de repetir entre nosotros:
“Jesús ha resucitado y con Él resucitaremos también nosotros”.
Repitamos este anuncio con gozo a todos los hombres y mujeres del mundo, desde los balcones de nuestras casas, en la espera, que deseamos que sea pronto, de poder salir a la calle y estrecharnos las manos y darnos un abrazo.
Nos dejamos conducir, ahora, de la mano de los primeros testigos de la resurrección, a través de los ojos y la fe de las mujeres que habían seguido a Jesús, en una mañana rica de sorpresas, de carreras, de miedos.
Es el relato del Evangelio de la Noche Santa de Pascua.
María de Magdala y la otra María, salen de casa en la hora entre la oscuridad y la luz, con la urgencia de quien ama.
Fueron con las manos vacías, simplemente a visitar, ver, pararse, tocar la piedra del sepulcro. Hubo un gran terremoto, se removió la piedra y el sepulcro estaba vacío.
Y un Ángel les dice “Sé que buscáis a Jesús, no está aquí”.
¡Qué bonito es este: “No está aquí!”
No es el sepulcro vacío que hace creíble la resurrección, sino el encontrarse con Él, vivo.
Hay que buscarle fuera, por los caminos del mundo. Es el Viviente, el Dios que se encuentra en la vida, en cualquier parte, menos en las cosas muertas.
Está dentro los sueños de belleza, en cada elección por un amor más grande, en el acto de generar la vida, en los gestos de paz, en los abrazos de los que se aman, en el grito victorioso del niño que nace, en el último respiro de quien muere, en la ternura de los que cuidan a un enfermo…
“No está aquí”, va por delante.
Buscad mejor, buscad con ojos nuevos. Va por delante, en Galilea, allá donde todo empezó, donde puede empezar de nuevo.
La resurrección de Jesús es una absoluta novedad, no es como la de Lázaro que fue un volver atrás. La de Jesús es un camino hacia adelante, entra en una dimensión nueva. Jesús encabeza esa larga migración de la humanidad hacia la vida de Dios.
La resurrección no es una invención de las mujeres.
Desde luego, para nosotros, hubiera sido más fácil fundar la fe simplemente en la vida de Jesús, toda entregada al prójimo, a curar los enfermos, a quitar todas barreras y prejuicios: una vida buena, bella y feliz, como MAESTRO; o fundarla en la pasión, en ese posicionamiento valiente de Jesús ante los poderes religiosos y políticos, en ese morir perdonando y confiando en el Padre, como HEROE, MARTIR.
La Resurrección, fundamento en el que se apoya la Iglesia, no es una invención de los apóstoles, es un hecho que se impuso a ellos: es el hecho más arduo y el más bello de toda la Biblia. Hecho que ha dado un vuelco total a la vida.
Entonces, hemos de aprender a buscar al Resucitado en esos lugares donde Él está y nos espera, en “nuestras galileas”:
- en la oración auténtica, hecha de amor, de escucha, de entrega, de disponibilidad;
- en el potencial de bondad, de fraternidad, de solidaridad que existe en el mundo;
- en la soledad y en la compañía;
- en el que cree y en el que no creen;
- en los lugares sagrados y en cualquier recoveco de nuestra vida.
Como las mujeres, como tantos y tantos cristianos que nos han precedido, como tantos y tantos compañeros de viaje que caminan con nosotros: SEAMOS TESTIGOS DE LA RESURRECCIÓN.
Tenemos todo un reto por delante: VER – CREER – TESTIMONIAR.
VER: tener los ojos abiertos para vislumbrar las señales del Resucitado.
CREER: creer que todo lo positivo proviene de Dios, de la fuerza del Resucitado que ha estallado en el mundo, de su Espíritu que anima y salva el mundo.
TESTIMONIAR: gritar con nuestra gana de vivir, con nuestra alegría, con nuestra ilusión, con nuestra esperanza de futuro, que
Cristo vive entre nosotros y salva al mundo.
No basta el día de hoy para experimentarlo y proclamarlo. Tenemos 50 días de Pascua:
- 50 días para manifestar nuestra adhesión a Cristo;
- 50 días para vivir intensamente la fe en familia, como Iglesia doméstica;
- 50 días para seguir aprendiendo a cuidarnos y a cuidar;
- 50 días para ser testigos del Evangelio;
- 50 días para ser pregoneros de la Resurrección y cantar el ALELUYA.
Y que, por fin, vencida la pandemia, en unos de estos 50 días, podamos celebrarlo juntos, en la calle, en la Eucaristía, en el trabajo, en los juegos, en el bar con los amigos…donde volverán los abrazos y la alegría de vernos.
Después de estos días de tanto sufrimiento, de confinamiento, de despedidas dolorosas, tenemos la firme esperanza de que:
“Nos levantaremos y saldremos de la tumbas de nuestros hogares. No para volver a la vida anterior como Lázaro, sino a una vida nueva, como Jesús. Una vida más fraterna, más humana. Más cristiana”. (R.Cantalamessa)
Pongamos hoy en nuestros balcones un signo de vida y de esperanza: una luz, una flor… y oremos.
Señor Jesús, en este tiempo de desconcierto,
de preocupación y de miedo por esta pandemia mundial,
por tantos enfermos y tantos fallecidos,
haz brillar en nuestros días y en el mundo entero
el misterio de tu alegría pascual,
como aurora de la mañana
y así poder cantar el aleluya de los salvados.
Amén.
Os deseo a todos, junto a Pepe y a Javi:
FELICES PASCUAS DE RESURRECCIÓN.
CRISTO HA RESUCITADO
ALELUYA ALELUYA
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