Reflexión compartida en el Domingo de la Ascensión


 Mariano nos traslada un domingo más su mensaje dominical a propósito de la Palabra de este Domingo. Aunque hoy celebraremos en el Templo el Domingo de la Ascensión, habrá muchos de vosotros que todavía no podéis participar presencialmente.
 Recordad que el aforo está limitado a la tercera parte, 80 personas.
 Si vais a acudir al Templo no dejéis de leer las recomendaciones que os hacemos en este Blog.






DOMINGO DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR 24-05-2020
                 En tiempo de confinamiento


Buen domingo a todos!

 Hoy es el primer domingo, después de dos largos meses, en el que podemos celebrar la Eucaristía con la presencia de los fieles. Con un aforo limitado: 80 personas. Cuando pasemos a la 2ª fase ya con 120.

 Seguiré enviando estas reflexiones algunos domingos más, ya que habrá muchos de vosotros que todavía no podéis participar presencialmente.

 Nos acercamos al final del mes de mayo, el mes de María y el último domingo, el próximo, celebraremos a nuestra Patrona, Ntra. Sra. del Recuerdo. Este año, sin procesión, sin niños de la 1ª comunión, sin compartir mesa, fiesta y baile…pero nuestro cariño hacia nuestra buena Madre no va a ser menor, sino todo lo contrario, con más devoción, con más amor, desde dentro de nuestro corazón.

 Porque le tenemos que decir mucho: pedirle que nos libere de tantos males, que nos libere de la pandemia, que nos proteja a nosotros, sus hijos, que bendiga a todas nuestras familias, a los niños, a los enfermos, a los que han perdido sus seres queridos y no han podido despedirse de ellos. Ella los habrá acogido junto a su Hijo Jesús, en el cielo.

 Haremos en su honor el tradicional triduo antes de la eucaristía de la tarde, el jueves, viernes y sábado de la próxima semana.

 Hoy, solemnidad de la Ascensión del Señor, celebramos la culminación del misterio pascual: Jesús, el crucificado, el resucitado, sube al cielo, retorna al Padre.

 Él, nuestro hermano, ha entrado en la vida de Dios, y nosotros, que somos su cuerpo, celebramos hoy que nuestra débil humanidad ha sido glorificada con él y esperamos vivir un día su vida para siempre. Día de gozo, día de fe, día de esperanza

 Celebramos que el Señor se va, vuelve al Padre, pero no nos abandona. Él sigue presente entre nosotros: en la Palabra, en la Eucaristía, en la Iglesia, en los necesitados.

 Cada año, en este domingo de la Ascensión se celebra la Jornada del Misionero Diocesano. Se solía celebrar el envío a tierras de misión, pero este año, por la pandemia, no se realizará. Sin embargo, nuestro Obispo, D. Carlos, celebrará la eucaristía en la catedral a las 12 h., que será televisada por Telemadrid y la ofrecerá por todos nuestros misioneros y por los que partirán a lo largo de este año 2020.


LA PALABRA DE DIOS

Hch 1, 1-11
En mi primer libro, Teófilo, escribí de todo lo que Jesús hizo y enseno desde el comienzo hasta el día en que fue llevado al cielo, después de haber dado instrucciones a los apóstoles que había escogido, movido por el Espíritu Santo. Se les presentó él mismo después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios.
Una vez que comían juntos, les ordenó que no se alejaran de Jerusalén, sino: «aguardad que se cumpla la promesa del Padre, de la que me habéis oído hablar, porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de no muchos días».
Los que se habían reunido, le preguntaron, diciendo:
«Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino a Israel?».
Les dijo:
«No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad; en cambio, recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y “hasta el confín de la tierra”».
Dicho esto, a la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Cuando miraban fijos al cielo, mientras él se iba marchando, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron:
«Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo».

Mt 28, 16-20

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron.Acercándose a ellos, Jesús les dijo:«Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos».



 El Evangelio acaba y los Hechos empiezan: el mismo mensaje, Cristo, el crucificado, el resucitado asciende al Padre y se sienta a su diestra. La humanidad de Cristo queda completamente divinizada, y la nuestra también cuando terminemos nuestro peregrinar en este mundo.

 Se concluye el Evangelio de Jesús y empieza el Evangelio del Espíritu Santo.

 Se han terminado las apariciones de Jesús Resucitado: por cierto, siempre misteriosas y por breves instantes y a sus amigos.

 Ha terminado su camino terreno, sus andanzas en este mundo, sus sufrimientos, sus alegrías, su hambre, su sed, su cansancio. Todo ello lo revivimos porque él sigue siendo el protagonista de nuestra historia, sigue siendo el gran pedagogo, el Maestro que nos enseña con su vida.

 Los discípulos habían regresado a Galilea y suben a un monte que bien conocían. Cuando vieron a Jesús se postraron.

 Jesús deja la tierra con un balance deficitario: se le han quedado tan sólo 11 hombres llenos de miedo y confundidos y un pequeño núcleo de mujeres valientes y fieles. Lo habían seguido por tres años por los caminos de Palestina y poco habían comprendido pero sí que lo habían amado mucho. Estaban todos a la cita. Era la sola garantía de la que necesitaba Jesús: saber que seguían amándole. Sabe que ninguno se olvidará de él.

 Jesús al marcharse, realiza un enorme e ilógico acto de confianza. No se queda hasta que lo comprendan todo, sino que confía su mensaje a gente que duda todavía.

 Es que no existe fe verdadera sin que haya dudas. Las dudas son como los pobres: siempre las tendremos con nosotros.

 Jesús confía el mundo soñado a la fragilidad de los Once y no a la inteligencia de los primeros de la clase; confía la verdad a gente que duda, llama a ir a los extremos del mundo a gente que claudica. Jesús cree en nosotros aunque no tengamos una fe fuerte en él.

 Con la fiesta de hoy se nos dice claramente “Ahora te toca a ti.”

 Ahora es la hora de los discípulos. Es el tiempo de responder con vida y hechos a la fascinación que nos supone la persona de Jesús: el tiempo de salir, vivir y contar que el sueño de Jesús debe hacerse vida entre nosotros.
 Es la hora de cumplir el mandato último de Jesús: “Entonces, id a todo el mundo. Anunciad la buena noticia de Jesús”. Nos invita a un contagio, a una epidemia de vida, de nacimientos.

 Jesús no se ha ido lejos, en algún rincón del universo, sino que se ha hecho más cercano que antes. Si antes estaba junto a los discípulos, ahora está dentro.

 No se ha ido más allá de las nubes, sino más allá de las formas. Ha ascendido en el profundo de las cosas, en lo íntimo de la creación y de las criaturas y desde dentro empuja hacia lo alto como fuerza ascensional hacia un destino de plenitud.

 No se ha ido para dejarnos solos. Se ha ido al centro, al Padre, para seguir estando presente, ya no en la limitación física de su humanidad, sino en la plenitud y elevación divina de su cuerpo glorioso, anticipo de nuestra propia divinización.




 La Ascensión no es el final sino el inicio de la misión de la Iglesia. Es la nueva etapa del Reino: la estancia de Cristo sentado a la derecha del Padre y la misión de los cristianos. Jesús, a la derecha del Padre, es la fuerza propulsora presente en todas las expresiones de la vida de la comunidad cristiana: anuncio de la Palabra, en la Liturgia y en el servicio de la Caridad. Motivo de alegría y no de tristeza o de nostalgia. Los Apóstoles lo comprendieron y después de “postrarse ante él, se volvieron a Jerusalén con gran alegría.”

Hay una promesa: “Yo estaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.
Hay una tarea: “Id y predicad el Evangelio a toda criatura”.

 Papa Francisco nos recuerda constantemente que todo somos y debemos ser misioneros: misioneros del Amor de Dios manifestado en Cristo; pregoneros de Cristo resucitado y vivo en nuestro mundo; en todas partes y a través de todos los medios de comunicación. Que sintamos la urgencia de llevar el amor de Dios a todos los hombres

 Y el primer campo de misión es nuestro propio entorno: nuestras familias, nuestros amigos, vecinos. Allí hemos de predicar con la Palabra y con la coherencia de nuestra Fe.  María, reina de las misiones y de los misioneros, nos acompaña y nos guía en nuestra misión.

 Que el Señor Jesús, con la fuerza del Espíritu Santo, que se derramará una vez más en la próxima celebración de Pentecostés, nos ayude a continuar su tarea y que no nos cansemos nunca de hacer visible la presencia de Dios en el mundo, sobre todo con el amor.




        Mariano, párroco








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