Última reflexión compartida en tiempos de Confinamiento: Domingo de Pentecostés


Con la de hoy, doy por terminada la entrega de mis reflexiones, ya que está permitido asistir presencialmente a las eucaristías en nuestro templo.

 El domingo pasado, a pesar del aforo reducido, unas 80 personas como máximo en la 1ª fase, sobraba sitio. Sin embargo, a las personas de riesgo os aconsejamos que sigáis todavía las misas por la tele o radio.


 Buenos días y Feliz Domingo a todos.

 Hoy para la Iglesia es un día grande, solemne: PENTECOSTÉS, solemnidad con la que se concluye el tiempo pascual, fiesta que recuerda y actualiza el envío del Espíritu Santo sobre la Iglesia y a través de la Iglesia en el mundo.

 Ese día, gentes de diferentes pueblos, lenguas y culturas, se sintieron estrechamente unidos por una manifestación extraordinaria de Dios.

 Así comenzó caminar la Iglesia, el nuevo Pueblo de Dios, nacido del costado de Cristo.

 Así también nosotros, impulsados hoy por una nueva efusión del mismo Espíritu, caminamos en el mundo de hoy, anunciando el Reino de Dios.

 Además, coincidiendo con el último domingo de mayo, nuestra Comunidad parroquial celebra a su Patrona, la Virgen María, nuestra buena Madre del cielo, con la advocación de Ntra. Sra. del Recuerdo.

 En la situación actual no habrá procesión, ni comida compartida, ni barbacoa, baile, música en el patio…. Lo supliremos con una mayor devoción interior. El templo quedará abierto para que ante la bonita imagen de la Virgen que está colocada en el presbiterio, podamos brindarle, también con una pequeña ofrenda floral, nuestro cariño de hijos suyos.

 Si no podéis acudir este domingo a la iglesia, os sugiero que delante de una imagen de la Virgen, adornada con unas velitas y flores, le podéis ofrecer este homenaje rezando así:

Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos siempre de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.
Dios te salve, María…
 Oh María, mi abogada y tierna madre, concédeme una voluntad constante de morir a mí mismo para vivir de tu Hijo Jesús.

 Haz que yo sepa mortificarme sin apariencias, ser sociable y alegre sin disiparme, ser severo conmigo mismo y dulce y sensible con los demás.
 Haz que yo sepa trabajar sin buscar ninguna gloria para mí, aficionarme a las almas sin disminuir mi amor hacia Dios; que sepa amar, pero todo en Él y por Él; que sepa tener recogido mi espíritu para escucharle, y libre el corazón para seguirle en su divina voluntad.
 En ti confío Madre poderosa y buena; yo soy tuyo; protégeme y guíame en el camino de la santidad.
(Oración de San L. Murialdo)
 Y termináis con un canto.

                  




REFLEXIÓN SOBRE LA PALABRA DE DIOS

Hch. 2, 1-11

Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse.Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo:«¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tanto judíos como prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua».

1 Co 12, 3b-7.12-13

Nadie puede decir: «Jesús es Señor», sino por el Espíritu Santo.Y hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común.Pues, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

Jn 20, 19-23

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:«Paz a vosotros».Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».


 Con la de hoy, doy por terminada la entrega de mis reflexiones, ya que está permitido asistir presencialmente a las eucaristías en nuestro templo.

 El domingo pasado, a pesar del aforo reducido, unas 80 personas como máximo en la 1ª fase, sobraba sitio. Sin embargo, a las personas de riesgo os aconsejamos que sigáis todavía las misas por la tele o radio.

Dios siempre nos sorprende.
 En la 1ª lectura, el Espíritu arma y desarma a los Apóstoles, los presenta como “borrachos”, ebrios de algo que les han aturdidos de gozo, como un fuego, una divina locura que no pueden contener.

 La primera Iglesia, enrocada a la defensiva, viene lanzada hacia fuera y hacia adelante. En nuestra Iglesia de hoy, tentada de encerrarse, porque estamos en crisis de números, porque aumentan los que se declaran indiferentes o resentidos, amada y tantas veces infiel, llega también la energía del Espíritu.

 El grupo de amigos, derrotados, cobardes y lleno de miedo recibe en el atardecer del día de la Pascua con estupor e incredulidad la presencia del Señor Resucitado.

 Su vida cambia al recibir una misión de Jesús: “Como el Padre me ha enviado así también os envío yo” y para que tengan fuerza les da el Espíritu. La Iglesia, la comunidad de Jesús, nacida de su costado abierto, se pone en marcha.

 Jesús, después de su resurrección, siguió 40 días más con sus amigos, para fortalecerles y prepararles a ser testigos de su resurrección, y por fin el día de Pentecostés reciben el Espíritu Santo que les lanzan al mundo a evangelizar. Viento huracanado, fuego abrasador irrumpe en el mundo y llena a la tierra: signos de la presencia de Dios.

 Y desde ese momento toda raza, cultura y lengua se hace pueblo de Dios.

 La fraternidad universal, rota por el espíritu del mal, viene recuperada por el Espíritu Santo enviado desde el Padre y el Hijo.

 Una de las afirmaciones más bonitas y revolucionarias de toda la Biblia se nos revela en el salmo: “De tu Espíritu, Señor, está llena la tierra”. Toda la tierra está grávida, toda criatura está como encinta de Espíritu, también si aparece grávida de injusticia, de sangre, de locura, de miedo. Cada pequeña criatura está llena del viento de Dios, que siembra santidad en el cosmos: santidad de la luz, del hilo de hierba, santidad del niño que nace, del joven que ama, del anciano que piensa. La humilde santidad del bosque y de la piedra. Una divina liturgia santifica el universo.



 Y hoy celebramos y actualizamos este misterio: PENTECOSTÉS.
Celebrar y actualizar significa que el misterio del primer pentecostés se realiza hoy en la Iglesia y en el mundo.

 Si creemos y afirmamos que Jesús es el Señor es porque el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús, actúa en nosotros, en la Iglesia y en el mundo.

 Es el Espíritu que nos empuja a ser creativos, a desarrollar caminos de cooperación y solidaridad

 Este sirimiri del Espíritu está siempre alentando lo nuevo, lo inédito, en el interior de cada persona y en el progreso de la historia, en el avance de la creación. El Espíritu quiere discípulos geniales, creativos y no banales repetidores. La Iglesia, como Pascua, pide unidad alrededor de la Cruz, pero, como Pentecostés, quiere diversidad creativa.

 Vivir habitados por el Espíritu desde nuestro bautismo, es un don que se nos regala y que hoy se nos renueva en nuestro corazón.

 Preparemos nuestra tierra para que fluya el agua del Espíritu.
Limpiemos nuestra tierra a veces llenas de piedras, zarzas, malezas.
La semilla y el agua fecunda del Espíritu no nos van a faltar.
Invoquemos hoy al Espíritu para que renueve con sus dones la faz de la tierra, la humanidad sedienta de paz, de justicia, necesitada de perdón y de amor.

 Sabemos que el Espíritu tiene siempre la iniciativa y será el que nos permitirá escuchar el clamor del que sufre y nos otorgará  Sabiduría, Entendimiento, Ciencia, Piedad, Fortaleza, Consejo y Temor de Dios y así  crear en el mundo vínculos humanizadores para una nueva humanidad.



Pidamos hoy los dones del Espíritu:
Envía, Señor, tu Espíritu, que renueve nuestros corazones

Llénanos, Señor, del don de Sabiduría, para que sintamos el gusto por las cosas de Dios y no dejemos que nuestro corazón sea esclavo de las cosas de la tierra. Envía, Señor, tu Espíritu, que renueve nuestros corazones

Danos el don de entendimiento, para que veamos con fe viva la importancia de los valores y las verdades cristianas. Envía, Señor, tu Espíritu, que renueve nuestros corazones

Dónanos el don de consejo, para que pongamos los medios más adecuados  para nuestra santificación y podamos acompañar y dejarnos acompañar. Envía, Señor, tu Espíritu, que renueve nuestros corazones

Danos el don de fortaleza, para que podamos vencer todos los obstáculos que nos impidan avanzar por el camino de la salvación. Envía, Señor, tu Espíritu, que renueve nuestros corazones

Concédenos el don de ciencia, para que sepamos discernir claramente entre el bien y el mal, lo falso de lo verdadero, y descubramos los engaños del demonio, del mundo y del pecado. Envía, Señor, tu Espíritu, que renueve nuestros corazones

Llénanos del don de piedad, para que amemos a Dios como Padre, le sirvamos con devoción y seamos bondadosos con el prójimo. Envía, Señor, tu Espíritu, que renueve nuestros corazones

Danos el don del temor de Dios, para que podamos escuchar y cumplir la voluntad de Dios y tengamos cuidado de no ofenderle con nuestros pecados. Envía, Señor, tu Espíritu, que renueve nuestros corazones


FELIZ PASCUA DE PENTECOSTÉS
¡ALELUYA, ALELUYA!



Mariano, párroco






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