El 3 de Febrero se celebra San Blas. Pero, ¿quién fue este santo que da nombre a nuestro barrio? Conoce la historia de obispo, mártir del s. IV, armenio, abogado de las enfermedades de garganta, según la Tradición, y protector de los niños. |
San Blas nació en la segunda mitad del siglo III en Sebaste, Armenia (en la actual Turquía), ciudad de la que más tarde sería obispo.
De
padres nobles, se crió en medio de una familia acaudalada y fue educado
cristianamente. Algunas tradiciones cuentan que fue médico y finalmente, fue propuesto
por el clero y el pueblo unánimemente para ocupar la sede episcopal y se
consagró como Obispo cuando todavía era muy joven.
Como
obispo y pastor tuvo que vivir las dramáticas persecuciones de principios del
siglo IV por parte de Diocleciano que continuaron sus sucesores Galeno, Máximo
y Daia y Licinio. La Iglesia de Sebaste tiene entre sus hijos numerosos
mártires durante el episcopado de San Blas: San Carcerio, San Eustracio,… y los
famosos cuarenta soldados mártires.
Las
actas de los mártires ponderan, el intrépido ejercicio pastoral de San Blas con
numerosas tradiciones y sus virtudes de mansedumbre, paciencia, devoción,
castidad, inocencia; en una palabra, su santidad.
Al
comenzar la persecución a los cristianos se retiró, por inspiración divina, a
una cueva del Monte Argeo frecuentada por fieras salvajes, a quienes el santo atendía
y curaba cuando estaban enfermas. Allí hace vida eremítica, entregado a la
penitencia y a la contemplación, privado de todo consuelo humano, entregado a
los consuelos celestiales.
Las
leyendas, al relatar la estancia de San Blas en las soledades del Argeo, nos
describen escenas paradisíacas. Al perseguido por los hombres le hacen compañía
las fieras, que se agrupan en tropel a la entrada de la gruta, esperando
respetuosas a que el santo anacoreta termine su oración, para recibir de él su
bendición y obtener también la curación de sus dolencias.
En
oración le encontraron los cazadores del prefecto Agrícola en una cacería organizada
por aquellos montes, quedando estupefactos ante este espectáculo de las fieras
con Blas, el obispo anacoreta.
Se
lo comunicaron al gobernador y ordenó que le trajeran al obispo solitario.
Le
apresaron y, cuenta la tradición que, su traslado fue una apoteosis popular.
Las gentes, incluso los mismos paganos, acudían en tropel para presenciar el
paso del santo obispo, implorando su bendición, el remedio de los males, la
curación de las dolencias. San Blas, olvidado de su extrema necesidad propia,
atendía a las súplicas, repartía bendiciones, encomendaba al Señor las
necesidades.
Una
madre le presentó a su hijo moribundo, a causa de una espina atravesada en la
garganta, clamando: “¡Siervo de Nuestro Salvador Jesucristo, apiádate de mi
hijo; es mi único hijo!” Y, compadecido, San Blas impuso sus manos sobre el
agonizante, signó su garganta con la señal de la cruz, y oró por él..., y devolvió
al niño, sano y salvo a su desolada madre.
Agrícola
mandó azotarle y encerrarle en un calabozo, privado de alimentos. Luego, fue apaleado
brutalmente y torturado (colgado de un poste y lacerado con rastrillos de
cardar) para que renegara de su fe, pero el santo se mantuvo firme por lo que
se dio orden de decapitarle. Era el año 316.
Su
culto se extendió por todo Oriente, y más tarde por Occidente. En la Edad
Media, se llegaron a contabilizar solamente en Roma 35 iglesias bajo su
advocación. Su festividad se celebra 3 de febrero en las Iglesias de Occidente
y el 11 de febrero en las de Oriente.
Se
le invoca especialmente como abogado en las enfermedades de la garganta. Como
tal lo reconoce el Ritual. Es considerado como especial protector de los niños.
En Rusia es el patrón de los ganados. En muchas diócesis de Alemania, Bohemia,
Suiza y también de otras naciones se da la bendición de San Blas por medio de
dos velas cruzadas que se ponen sobre la cabeza de los fieles y con ellas se
toca la garganta. En Roma y otras partes por unción del cuello con una candela
mojada en aceite bendecido.
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