EL PERDÓN es una de las dimensiones más profundas de la vida. Experimentar la vulnerabilidad. Herir a quien amas. Fallarle a quien se fía de ti. Saber que no hay marcha atrás, que los gestos, o las palabras, o las acciones, ya han desencadenado huracanes…
Y, sin embargo, el Sacramento del Perdón nos revela otra lógica, nos introduce en un mundo insospechado. No el del rencor y la venganza. No el del agravio sin salida. No el del reproche definitivo. Sino la disposición para ayudar a sanar. Mantener los puentes tendidos. Amar o ser amado.
EL MAL QUE HIERE.
Si alguna vez le has fallado a quien quieres, entenderás ahora de qué te hablo. Entonces comprendes lo que es el dolor por las acciones. Entonces te das cuenta de lo humano que es el arrepentimiento. No sé, hoy en día hay muchas personas que siempre se reafirman en sus seguridades, no se arrepienten de nada, no lamentan nada…
Pero créeme, si alguna vez hieres a quien te importa, por tu propio egoísmo, entonces entenderás lo que es el pecado, y lo que es la necesidad de perdón...
EL PERDÓN QUE LIBERA.
Y si alguna vez experimentas el perdón anhelado. Si alguien que podría cerrarte la puerta la mantiene abierta. Si quien conoce tu fragilidad y tu barro sigue mirándote con aprecio.
Si quien comparte tu historia lo hace más allá de la noche y el día. Si quien podría juzgarte con dureza te mira con misericordia, entonces entenderás un poco más a Dios… y su evangelio.
¿Alguien me ha enseñado lo que es verdaderamente el perdón?
¿Qué es para mí lo más difícil del perdón?
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