No deja de sorprender el tono de Jesús. Él sigue su camino a Jerusalén haciendo escuela con sus discípulos e iluminándonos el camino del seguimiento. Pero sus palabras están teñidas de una radicalidad que nos deja “pasmaos”. Continúa el tono de radicalidad, de alerta, de empeño en el camino de seguimiento al que nos invita el Maestro. Evidentemente, seguir a Jesús no es una opción “light”. Nos invita a seguirle, a hacer un camino de esfuerzo y lucha en respuesta al don de la fe que se nos ofrece. Nuestro esfuerzo dará fruto en la medida que sea una decidida cooperación con el don que Dios derrama en nuestros corazones. |
Las Lecturas de hoy
Primera Lectura. Is 66, 18-21
Salmo 116 “Id al mundo entero y proclamad el evangelio”
Segunda Lectura. Heb 12, 5-7.11-13
Evangelio: Lc 13,22-30
En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y pueblos enseñando.
Uno le preguntó:
— “Señor, ¿serán pocos los que se salven?”
Jesús les dijo:
— “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, se quedarán afuera y llamarán a la puerta, diciendo: “Señor, ábrenos”; y él les contestará: “No sé quiénes sois”.
Entonces comenzarán a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”.
Pero él contestará: “No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados”.
Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras vosotros habréis sido echados fuera. Y vendrán muchos de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios.
Mirad: hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos”.
Como veis, no es que nos inquiete el tono a nosotros; los que estaban con Jesús, los que le seguían, sentían la misma inquietud y se acerca uno y le dice: si están las cosas así, ¿serán pocos los que se salven? Y la respuesta de Jesús nos deja aún más inquietos. Lo pone complicado, francamente.
Es posible, sin pretender edulcorar sus palabras, que Jesús tuviese muy presente la fe del pueblo judío y, en concreto, la creencia común en aquel tiempo de que únicamente el Pueblo Elegido por Dios –Israel- se salvarían y de esa salvación estarían excluidos los demás, los miembros de los pueblos distintos de Israel, “los gentiles”, que creían, ponían su confianza en otros dioses e ídolos sin capacidad para salvarles. Y tengamos en cuenta que la Comunidad Cristiana a la que escribe Lucas es una Comunidad que proviene mayoritariamente de fuera de las fronteras del judaísmo, de la gentilidad. Por tanto, puede haber ecos en estas expresiones de alguna tensión o discusión promovida en las comunidades cristianas a las que se dirige Lucas o entre las escuelas rabínicas –teológicas- del tiempo de Jesús.
Y Jesús, como hace a menudo, no responde directamente a la pregunta aprovechándola, sin embargo, para invitar a los discípulos, a nosotros, a que no relajemos la tensión, a que nos decidamos a seguir su llamada y nos esforcemos, pues en ello nos va la vida.
La palabra griega que utiliza Lucas y traducimos por “esforzaos” es “agonizesthe”, verbo que significa literalmente “luchar”. Por ello, podemos decir que Jesús nos está invitando al combate, a hacer el máximo esfuerzo por entrar por la puerta estrecha, es decir, por conquistar un bien que, aunque difícil y arduo de alcanzar, es posible. Un esfuerzo, una lucha, un combate que implica un celo persistente, enérgico, acérrimo y tenaz, que no se doblega ante las dificultades que se pueden presentar, contra todo adversario que se presente en el camino.
A propósito de “la puerta estrecha” por la que hay que entrar, el evangelista Mateo es más explícito y añade que “ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que lo encuentran” (Mt 7,13-14). Mientras la puerta estrecha lleva a la vida eterna, la puerta ancha lleva a la perdición, a la exclusión del Reino.
Entonces ¿la salvación depende única y exclusivamente del esfuerzo personal que cada uno hace por entrar por esa puerta? Decididamente NO. Jesús, en este momento y en este contexto, hace hincapié en la responsabilidad personal de cada uno, pero no podemos leer el evangelio fuera del conjunto. Más adelante, en el capítulo 18 (26-27) a esta misma pregunta –“¿y quién se podrá salvar?”, Jesús va por otro lado afirmando que el esfuerzo personal no es causa de salvación: “Para los hombres, imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para Dios”
Por ello, conviene no perder el norte, y poner las cosas en su sitio: la salvación es ante todo un don de Dios, pero requiere ser acogido. Dios espera la respuesta y cooperación del hombre. Acoge la fe, el don de la salvación, quien permanece unido al Señor, quien desde su limitación coopera decididamente con la gracia, quien se empeña en pasar día a día por la “puerta estrecha”, que no olvidemos que es Cristo mismo: “Yo soy la puerta de las ovejas” (Jn 10,7).
En este sorprendente fragmento del evangelio –muy unido a los de los dos domingos anteriores- Jesús cuestiona a quienes se creen muy seguros y confían que se encuentran dentro del número de los salvados por pertenecer al pueblo elegido. ¡Cuidado con excluir! Dios ofrece la salvación a todos los hombres por igual.
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