Aún en medio de las vacaciones, del reposo y el ocio, la Eucaristía no deja de ser “lo más nuestro”, lo que toca las fibras más profundas de nuestro ser. Por eso es “lo nuestro”, donde se expresa nuestra identidad, nuestro sentido, el corazón del misterio donde se hace denso mi propio misterio, se refleja y se pone en valor lo que soy y lo que estoy llamado a ser. No perdamos la oportunidad de celebrar cada domingo, donde quiera que estemos, la Eucaristía, “lo más nuestro”. |
La Eucaristía del domingo es el foco ardiente de nuestra fe. En la Eucaristía se hace “denso” el misterio de la fe. Es la síntesis en la que se recoge el misterio de Aquel a quien seguimos y que llamamos y proclamamos Señor. Es el punto de referencia para el cristiano, la fuente de la que brota nuestra vida y el horizonte al que aspiramos. Es el signo del misterio de Cristo y de nuestra vida que se recoge y se expande en esos gestos del “cuerpo entregado y sangre derramada”. La Eucaristía Dominical en la que celebramos la Resurrección expresa nuestro ser y confirma nuestra vida, nos vemos en ella.
Celebrar la Eucaristía nos hace Pueblo de Dios, nos hace comunidad de hermanos, nos incardina en la gran Fraternidad de los Hijos de Dios. En la tradición bíblica, comer el pan con alguien significa expresar un compartir la vida. Los invitados sentados alrededor de la misma mesa forman una familia, reconociéndose como hermanos y hermanas. Pero aquí, lo que crea la unidad entre los comensales es el mismo Jesús. No solamente invita a su mesa y preside la comida, sino que se da como alimento que comunica a todos una misma Vida. Entregando su vida por nosotros, Jesús nos ofrece de esta manera la posibilidad de entrar en una comunión con él y, por consiguiente, entre nosotros.
Celebrar la Eucaristía es tomar conciencia de nuestra responsabilidad social. Si nos convertimos en Cuerpo de Cristo al participar en la Eucaristía, si realmente somos miembros los unos de los otros, entonces no podemos ya comportarnos como si no nos importaran aquellos que están necesitados. También, entre los primeros cristianos, nació la tradición de aportar una ofrenda para los pobres al ir a la Eucaristía (que se convirtió en lo que hoy es la colecta), pues todo lo que es verdadero en el cristianismo conduce a la realización de actos concretos.
Celebrar la Eucaristía es proclamar que mi vida, la historia, el mundo tiene sentido. Mi destino, mi sentido no es un destino de muerte, sino de transformación, pues la Eucaristía canta la victoria de la vida. Es cierto que hay un paso por la muerte: es allí donde tendrá lugar la transformación. Pero en el cristiano, en mí, se ha sembrado una semilla de vida definitiva que cada domingo en la Eucaristía late de nuevo.
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