La puesta en práctica del Vaticano II, la dinámica del concilio se vio desde muy pronto paralizada y, en algunas ocasiones, incluso revertida. Produjo y ha producido muchas reacciones hasta nuestros días. |
El Vaticano II fue un concilio de la Iglesia sobre la Iglesia, tanto en
torno a la Iglesia misma (ad intra), como en su relación con el mundo (ad
extra). En todos los campos eclesiales hubo una verdadera renovación.
Algunos teólogos conservadores se resistieron a aceptar el Vaticano II,
creyeron que la Iglesia claudicaba ante la Modernidad (Mons. Marcel Lefèbvre
acabó formando un grupo disidente que nombró sus propios obispos y fue
excomulgado por Juan Pablo II en 1988). Y hay que decir que también hubo
interpretaciones excesivamente alegres y libres del Vaticano II por parte de
algunos progresistas que llevaron a abusos o excesos en terrenos dogmáticos,
litúrgicos, morales, ecuménicos,…
Incluso hay quien ha visto en la galopante secularización consecuencias
que se achacan al Concilio como el descenso de la práctica dominical y
sacramental, el aumento de divorcios, la indiferencia religiosa, la disminución
de las vocaciones sacerdotales y religiosas, un ambiente muy secularizado y
crítico frente a la Iglesia,…
El Papa emérito Benedicto, siendo Cardenal Ratzinger, entonces Prefecto de la
Congregación de la Fe, concedió una entrevista al periodista italiano Vittorio
Messori en 1985 en la que defendía, no una vuelta atrás, sino una restauración
eclesial, una vuelta a los auténticos textos conciliares para buscar un nuevo
equilibrio y recuperar la unidad y la integridad de la vida de la Iglesia y de
su relación con Cristo.
Este clima eclesial de malestar ya se inició en el año 68 con Pablo VI. Y se consolidó con algunos gestos y documentos durante el pontificado de Juan
Pablo II que en algunas decisiones daba la sensación que se apuntaba a un
retroceso de la inspiración del Vaticano II aunque, sin duda, tuvo gestos de
apertura indiscutibles como la reunión de Asís con los representantes de todas
las religiones (1986), la invitación a repensar entre todos los cristianos el
ejercicio actual del primado de Pedro en la Iglesia, (Ut unum sint. 1996), la
exhortación a ser fieles a las enseñanzas del concilio (Novo Milenio Ineunte,
20) y la petición de perdón por los pecados de la Iglesia en el Segundo milenio
durante el jubileo del año 2000,…
El debate sobre la interpretación del Concilio y las posturas poco
claras se han mantenido con Benedicto XVI y han generado una gran desilusión de
los sectores que esperaban que el concilio renovase la Iglesia.
Hoy, que estamos en una pérdida de credibilidad de los sistemas y las
instituciones (el Estado del Bienestar, la Democracia, los políticos, los
Jueces, la Monarquía,…) no somos ajenos a esta “fatiga generalizada” y arrastramos
también nuestra fatiga eclesial salpicada a veces por escándalos, desilusiones,
incomodidades, incomprensiones,… Es verdad que la elección, los primeros gestos
y medidas de Francisco, nuestro nuevo Papa, parece que hacen correr de nuevo el
viento fresco del Espíritu por la Iglesia.
Tengamos, pues, esperanza y pongámonos en marcha en esta nueva etapa,
recogiendo la herencia más valiosa del Concilio cuyo 50º aniversario estamos
celebrando.
No hay comentarios:
No nos hacemos responsables de los comentarios que se realicen.