Pocos días más tarde del inicio del tiempo de adviento nos presenta la Iglesia nos ofrece la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María. No se trata de hacer un paréntesis dentro del tiempo de adviento, sino más bien contemplar al icono más propio de este tiempo que es María, la Madre de Jesús, nuestra Madre. |
SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO
SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN
Gn. 3, 9-15.20; Salmo 97; Rm. 15, 4-9
Evengelio: Lucas 1, 26-38
Al sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen prometida en matrimonio a un varón, de nombre José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María.
Y entrado donde ella estaba, le dijo: "Salve, llena de gracia; el Señor es contigo".
Al oír estas palabras, se turbó, y se preguntaba qué podría significar este saludo.
Mas el ángel le dijo: "No temas, María, porque has hallado gracia cerca de Dios.
He aquí que vas a concebir en tu seno, y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús.
Él será grande y será llamado el Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre, y reinará sobre la casa de Jacob por los siglos, y su reinado no tendrá fin.
Entonces María dijo al ángel: "¿Cómo será eso, pues no conozco varón?"
El ángel le respondió y dijo: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá; por eso el santo Ser que nacerá será llamado Hijo de Dios.
Y he aquí que tu parienta Isabel, en su vejez también ha concebido un hijo, y está en su sexto mes la que era llamada estéril; porque no hay nada imposible para Dios".
Entonces María dijo: "He aquí la esclava del Señor: Séame hecho según tu palabra". Y el ángel la dejó.
María tiene “algo especial”. Gracia, lo llama el evangelista. Es el encanto, la belleza, el reflejo divino,... Esta mujer está iluminada por un Dios encantador. El Señor está con ella. La Iglesia desde siempre, con la sabiduría que caracteriza al Pueblo de Dios al que asiste el Espíritu, contempla y descubre en María una existencia enteramente envuelta por la Gracia, por el encanto de Dios. Esa Gracia la envuelve “de nacimiento”.
El Evangelio de hoy se concentra en el Misterio de la Encarnación y de María, en particular. En este cuadro, Dios, lleno de ternura y comprensión, se acerca de nuevo a la Humanidad representada en María, casi pidiéndole permiso para entrar en su vida; en todo caso, proponiéndole en una invitación que sea protagonista del plan de salvación.
Sin retirar el foco de María, llama la atención el estilo de Dios que es diálogo, respeto, libertad, invitación amorosa,… Llama la atención cómo Dios se sirve de la fragilidad y la pequeñez humana para llevar adelante su plan. Y llama la atención la actitud de María, tímida y dudosa al comienzo para terminar entregándose con un sí decidido y confiado.
El “Sí” total y final de María abre la historia de María a una nueva dimensión y abre su propia historia a la acción de Dios que por su mediación, gracias a su “sí”, se hará efectiva entre nosotros. Hoy el “Sí” de María se hace referencia de nuestro camino creyente y modelo de nuestro estilo de vivir la fe.
Plegaria de S.S.
Juan Pablo II
a la Inmaculada Concepción,
8 diciembre 1984 en la Plaza de España (Roma)
“Establezco hostilidades entre ti y la mujer… ella te herirá en la cabeza” (Gen 3, 15).
Estas palabras pronunciadas por el Creador en el jardín del Edén, están presentes en la liturgia de la fiesta de hoy. Están presentes en la teología de la Inmaculada Concepción. Con ellas Dios ha abrazado la historia del hombre en la tierra después del pecado original: “hostilidad”: lucha entre el bien y el mal, entre la gracia y el pecado.
Esta lucha colma la historia del hombre en la tierra, crece en la historia de los pueblos, de las naciones, de los sistemas y, finalmente de toda la humanidad.
Esta lucha alcanza, en nuestra época, un nuevo nivel de tensión.
La Inmaculada Concepción no te ha excluido de ella,
sino que te ha enraizado aún más en ella.
Tú, Madre de Dios, estás en medio de nuestra historia.
Estás en medio de esta tensión.
Venimos hoy, como todos los años, a Ti,
Virgen de la Plaza de España,
conscientes más que nunca de esa lucha
y del combate que se desarrolla
en las almas de los hombres,
entre la gracia y el pecado,
entre la fe y la indiferencia
e incluso el rechazo de Dios.
Somos conscientes de estas luchas que perturban el mundo contemporáneo. Conscientes de esta “hostilidad” que desde los orígenes te contrapone al tentador, a aquel que engaña al hombre desde el principio y es el “padre de la mentira”, el “príncipe de las tinieblas” y, a la vez, el “príncipe de este mundo” (Jn 12, 31).
Tú, que “aplastas la cabeza de la serpiente”,
no permitas que cedamos.
No permitas que nos dejemos vencer por el mal,
sino que haz que nosotros mismos venzamos al mal con el bien.
Oh, María, Tú, victoriosa en tu Inmaculada Concepción,
victoriosa con la fuerza de Dios mismo,
con la fuerza de la gracia.
Mira que se inclina ante Ti Dios Padre Eterno.
Mira que se inclina ante Ti el Hijo,
de la misma naturaleza que el Padre,
tu Hijo crucificado y resucitado.
Mira que te abraza la potencia del Altísimo:
el Espíritu Santo, el Fautor de la Santidad.
La heredad del pecado es extraña a Ti.
Eres “llena de gracia”.
Se abre en Ti el reino de Dios mismo.
Se abre en Ti el nuevo porvenir del hombre,
del hombre redimido, liberado del pecado.
Que este porvenir penetre, como la luz del Adviento, las tinieblas que se extienden sobre la tierra, que caen sobre los corazones humanos y sobre las consciencias.
¡Oh Inmaculada!
“Madre que nos conoces, permanece con tus hijos”.
Amén.
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