Descansar. La lección del Barbecho


Carta semanal del arzobispo de Oviedo con una bella reflexión sobre este tiempo de descanso y vacaciones.



Las deseadas (y merecidas) vacaciones eran antes un lujo que sólo las personas pudientes se podían permitir. Pero tomar unos días de descanso es una necesidad para todos que luego redunda para bien en tantas cosas cotidianas. Obviamente, siempre que entendamos la holganza que nos permite descansar verdaderamente, que no es sólo dejar de trabajar unos días… cuando se tiene la suerte y la gracia de tener trabajo. Al fin y al cabo, Dios mismo descansó tras su obra creadora como nos relata el Génesis.

¿A qué cansancio responde el descanso de Dios? En primer lugar no un cansancio que produce tristeza y hastío, o desgaste que abruma y destruye lo más noble y sagrado. Es el cansancio de quien da la vida, de quien se emplea a fondo, de quien no mide cicateramente su entrega y su compromiso poniendo precio al darse de veras. Tras ese cansancio, lo que se pide es pararse para contemplar, para gozar agradecidamente de cuanto con Dios y ayuda hemos hecho y hemos dicho. Es un descanso sereno, lleno de gratitud, que quiere mejorar lo realizado recobrando fuerzas para volverse a dar por entero. En este sentido, hay que subrayar que una persona humana, un cristiano, no pone el cartel de “cerrado por vacaciones” en su vida, ni siquiera al llegar este tiempo propicio. En todo caso puede ensayar el colocar ese otro de “abierto en otro sitio”. Indicamos algunas sugerencias que acaso faciliten este tipo de descanso cristiano:

Familia y amistad.
La prisa, tan frecuente en nuestra sociedad, puede dificultar unas relaciones cálidas y de calidad entre nosotros. Es un aspecto hermoso a incluir en nuestro programa veraniego: cuidar las relaciones con los más nuestros, que no por el hecho de ser cercanos siempre les damos la atención debida. Compartir unos días con nuestra gente, con la familia y los amigos, en los que descubriremos perfiles nuevos que no hemos logrado hallar en el roce diario ante el vértigo que nos hace superficiales.

Excursiones y vida cultural.
Realizar salidas en las que gozar del espectáculo de la naturaleza, la obra buena del Buen Dios, en la que encontraremos el reflejo de su belleza, su armonía y su paz. Igualmente visitar lugares en los que la mano artista del hombre ha sabido plasmar su creatividad y su fe, percibiendo el mensaje elocuente que las piedras, los lienzos y la música nos traen, sacándonos de la frivolidad banal que nos imponen las telebasuras. El arte es la expresión de la grandeza de corazón y también un camino que a ella nos acerca.

Acompañados por el Señor.
Dios no se queda en nuestro lugar de origen: viene con nosotros. Dedicarnos un poco más a Quien no deja de dedicársenos un solo instante a nosotros. Nos ayudará en este sentido la lectura de un buen libro de temática religiosa, un rato de oración más distendida, incluso retirarnos algunos días para hacer ejercicios espirituales, o realizar algún encuentro que nos ayude a ahondar la vida cristiana.

Decía aquel sabio labriego, que el barbecho es un momento tremendamente activo dentro de su aparente inactividad. Cuando de nuevo caiga en su tierra la semilla de la vida, la encontrará descansada no sólo para seguir dando el fruto esperado, sino más fruto. Sería apasionante que al regresar de las vacaciones, no lo hagamos con morriña ni cansera, sino con un cuerpo y un corazón preparados para acoger la simiente que en el próximo curso nos deparará como siempre el Sembrador de Buenas Noticias. Descansar no es fugarse sino tomar respiro y aliento para una nueva entrega. Felices vacaciones. Buen descanso.


 + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm.  Arzobispo de Oviedo
Fuente: www.ideasclaras.org 

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