En el recuerdo de la entrega


En estos días celebramos la renovación del Amor que se entrega en el atardecer de Jueves Santo; que se entrega aún más en el amanecer del dolor y muerte de Viernes Santo; que se entrega en lo más profundo y silencioso de la tierra, en la espesura del Sábado Santo; pero que, al fin, se entrega, hecha vida, al amanecer del primer día de la semana.







El Jueves Santo en el gesto del Lavatorio de pies y en las palabras que llenan de sentido el gesto –“Amaos como yo os he amado…, nadie tiene amor más grande…, los amó hasta el extremo…”- se nos revelan los excesos de la Misericordia de Dios… Y el amor llega al punto que para su “ausencia” nos deja su “presencia” en la Eucaristía. Para que no estemos solos, para alumbrarnos el camino, como manantial y fuente del que brota nuestra identidad de seguidores y nuestra tarea de discípulos.

Mañana, Viernes Santo, Dios mismo llega al colmo en esa entrega y se derrama y se vacía por nosotros en la cruz, en lo más hondo y espeso del sufrimiento humano. ¿Quién puede no conmoverse ante este exceso? Y en él se reflejan el sufrimiento, el dolor, el abandono de tantos y tantos hermanos que sufren hoy… ¿Quizás, como dice el papa, nos hemos acostumbrado a convivir con el dolor, con la muerte y el pecado con sus consecuencias…? En la cruz se nos revelan tan evidentes que no podemos permanecer inertes y la llamada del Jueves a la entrega nos reclama desde la cruz.

Y el Sábado Santo se impone el luto y el silencio. Jesús desciende a nuestros infiernos, a esos planos de la vida que evitamos y en los que nos vemos inmersos. Y puede bajar porque su entrega ha llegado al extremo, se ha vaciado sin reserva… Y creemos que bajó a los Infiernos a anunciar el Evangelio, la Buena Noticia y a llenar de sentido y esperanza las heridas y los dramas, el dolor y la muerte,… apuntando y señalando la esperanza de la Resurrección, de la vida, a celebrar el triunfo del Amor y de la entrega.

Porque la última palabra, como celebramos en la Pascua de Resurrección, no la tiene el mal, el dolor, el pecado, la muerte,… La última palabra la tiene Dios y es la Vida. Porque en los sinsentidos hay esperanza y la Buena Noticia no es un proyecto frustrado. Es el sentido que llena de luz y da horizonte al transcurrir de la historia, al camino de mi vida y también revela el misterio de la muerte y lo que podemos esperar después de ella… La Pascua, Cristo Vivo, lo llenan e iluminan todo y a la luz de este Misterio todo se ilumina y cobra sentido. Y ahí está cristo Glorioso entregándosenos, de nuevo, como Vida Plena.


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