Reflexión compartida en este IV Domingo de Cuaresma

Juan 9:1, 6-9, 13-17, 34-38
Vio, al pasar, a un hombre ciego de nacimiento.
Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, y untó con el barro los ojos del ciego y le dijo: «Vete, lávate en la piscina de Siloé» (que quiere decir Enviado). Él fue, se lavó y volvió ya viendo.
Los vecinos y los que solían verle antes, pues era mendigo, decían: «¿No es éste el que se sentaba para mendigar?»
Unos decían: «Es él». «No, decían otros, sino que es uno que se le parece.» Pero él decía: «Soy yo.» 
Lo llevan donde los fariseos al que antes era ciego.
Pero era sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos.
Los fariseos a su vez le preguntaron cómo había recobrado la vista. Él les dijo: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo
Algunos fariseos decían: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.» Otros decían: «Pero, ¿cómo puede un pecador realizar semejantes señales?» Y había disensión entre ellos.
Entonces le dicen otra vez al ciego: «¿Y tú qué dices de él, ya que te ha abierto los ojos?» Él respondió: «Que es un profeta
Ellos le respondieron: «Has nacido todo entero en pecado ¿y nos da lecciones a nosotros?» Y le echaron fuera.
Jesús se enteró de que le habían echado fuera y, encontrándose con él, le dijo: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?»
Él respondió: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él
Jesús le dijo: «Le has visto; el que está hablando contigo, ése es
Él entonces dijo: «Creo, Señor.» Y se postró ante Él. 

4º  DOMINGO DE CUARESMA CICLO  A  22/03/2020
                                   Jn 9, 1-41

Queridos hermanos y hermanas, hoy es el segundo domingo de confinamiento por el Coronavirus.                                                                    
Todavía no vemos salida, no vemos luz  y nos embarga la tristeza por tantas personas que sufren y mueren a causa de esta pandemia global.

Como contraste o tal vez como signo de esperanza, la liturgia de este domingo nos llama a tener alegría: hoy es el domingo “laetare” (alégrate), llamado también de la “rosa de oro”.

Se supone que los cristianos, por las prácticas cuaresmales, ayuno, limosna, oración, estamos embargados de una “santa tristeza”, más aún justificada por la situación actual, aunque ésta no sea tan santa.

Llegados a la mitad de la Cuaresma, la liturgia se propone renovar en nosotros la alegría por las fiestas de Pascua. Por eso hoy se podría poner los ornamentos de color rosa, colocar flores en el templo, tocar música

Y como nos han regalado unas  flores,
hoy las he colocado ante el altar
como símbolo de  esperanza, de vida
y de oración ante el Señor por todos vosotros.


Y eso de la rosa de oro, ¿qué es?

Según una tradición que remonta al siglo X, el Papa suele bendecir una rosa de oro y la unge con el santo crisma. Esta rosa, místicamente, representa a Jesucristo resucitado, por lo tanto viene a ser como un anuncio poético de la proximidad de la Pascua Florida. La rosa de oro la puede regalar a algún personaje del mundo católico, a alguna ciudad, a quien quiere honrar.

Hoy nosotros la podríamos simbólicamente regalar a todos los que están luchando contra el virus a riesgo de contagio, desde médicos hasta transportistas….

La razón de la alegría cristiana no radica en no experimentar el dolor, el sufrimiento, las limitaciones, el pecado, la muerte… sino en la Resurrección del Señor Jesús y su presencia salvadora en el mundo, en el Amor de Dios Padre  y en la fuerza del Espíritu Santo que nos consuela y santifica.

Vamos a centrarnos, ahora, en la preciosa página del Evangelio de hoy: una luminosa catequesis que nos ofrece el evangelista Juan.                           

El protagonista del relato es el último de la ciudad, un mendigo ciego desde el nacimiento, que nunca ha visto el sol ni el rostro de su madre.                        

Y Jesús se para ante él sin que él haya pedido nada.  Hace barro con polvo y saliva, como una mínima nueva creación,  y le unta los párpados  que cubren  la oscuridad de sus ojos. Jesús es Dios que se contamina con el hombre y el hombre se contagia de cielo.

El ciego de nacimiento representa el recorrido interior que va haciendo un hombre perdido en tinieblas (nunca ha visto la luz) hasta encontrarse con Jesús, la Luz del mundo. El encuentro con Jesús le transforma hasta el punto que sus vecinos creen que es otro. Claro, es un hombre nuevo, un hombre que ve. Jesús guía el ciego hasta la luz y le cura sin que él lo haya pedido.   Lo hace pasar de la ceguera a la visión. Es el camino de la fe.

Y le capacita para defender su postura ante quienes le acosan.                           
La persona y la palabra de Jesús han calado en su vida que se convierte en persona incómoda para quienes no creen en Jesús.

Los fariseos, (sabios teólogos) piden explicaciones, pero no están abiertos a la verdad. A las insistentes y capciosas preguntas  de “¿Cómo se te han abiertos los ojos” él  propone su experiencia. No sabe teología, pero siente que ese hombre que le ha curado viene de Dios. Es la fe de la gente sencilla. Un día Jesús dará gracias al Padre “porque has revelado estas cosas a la gente sencilla y se las has escondido a los sabios y presumidos”

El ciego que ve, que ha recibido la luz, ahora se convierte en luz.
Pero, poco a poco, se va quedando solo: sus padres no lo defienden; los dirigentes religiosos lo acusan de herejía y lo expulsan.

¿Qué religión es esta que no mira el bien del hombre, sino sólo a sí misma y a sus reglas? Para defender la doctrina niegan la evidencia, por defender la ley niegan la vida. Conocen todas las reglas morales y son analfabetos del hombre. Dicen: “Dios quiere que en sábado los ciegos queden ciegos”. Ponen a Dios contra el hombre y esto es lo peor que nos  puede pasar a nuestra fe.

        Jesús no lo abandona, va a por él en su busca para ultimar su camino de fe: “¿Crees en el hijo del hombre?” ¿En el hombre nuevo, en el hombre plenamente humano que encarna el misterio de Dios?

Ante tan inconmensurable pregunta se queda desconcertado: “¿Y quién es, Señor, para que crea en él?”

A la respuesta de Jesús: “lo estás viendo, el que te está hablando” se le abren los ojos del alma y se postra y dice: “Creo, Señor”.

El camino de la fe ha concluido, con este gesto de adoración.

Los cristianos hemos pasado, como el ciego, de las tinieblas a la luz y somos luz para los demás. Nuestro “Creo, Señor” es la fe adorante del discípulo que se ha dejado encontrar por el maestro, del enfermo que se ha dejado curar por el Médico, del pecador que se ha dejado limpiar por la sangre del Salvador.

Y como el ciego de nacimiento que ve y se hace testigo de la Luz, también nosotros, desde la experiencia del encuentro con Cristo, la Luz del mundo, estamos capacitados para testimoniar que Jesús es el Señor, que Jesús es la Verdad, que Jesús es el Camino, que Jesús es la Vida.

Cada niño que nace  “viene a la luz” (parir es “dar a la luz”).
Nosotros nacemos a medias y toda la vida nos sirve para nacer del todo” (M. Zambrano). Nuestra vida es una continua alba, y Jesús es el custodio de nuestras albas, de la plenitud de la vida. Seguirle a él es renacer. Tener fe es adquirir una visión nueva de las cosas.  Sólo escuchando a Jesús y dejándonos conducir interiormente por él, caminaremos hacia una fe más plena y más humilde. Y como el ciego, hombre que vuelve a vida plena, levantémonos y demos gloria a Dios y le pedimos hoy:

Señor, ilumina los ojos de nuestro corazón, y en estos momentos de oscuridad,
de miedo, de dolor,
DANOS ESPERANZA
  

  Buen Domingo

   Mariano, vuestro párroco

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