HOMILÍA 2º DOMINGO DE PASCUA
En tiempos de confinamiento
Hermanos y hermanas, amigos y amigas, pequeños, grandes y mayores… ¡qué deseo tan fuerte tenemos todos de salir a la calle, vernos, abrazarlos y celebrar junto las eucaristías…! Sin embargo el tiempo de confinamiento, de contagios, de enfermos, de soledad, de cansancio, de muertes, sigue estando con nosotros todavía.
Aún no vemos la salida, la luz. Pero ya llegará.
Un amigo nuestro, D Julián del Olmo, sacerdote y periodista y del programa RTVE, Pueblo de Dios, nos ha enviado una reflexión-poema sobre el salmo 90 “Mi refugio y fortaleza, mi Dios, en quien confío”. Reproduzco unas estrofas: “No es el fin del mundo… porque los árboles están brotando, los niños siguen naciendo y tenemos unas ganas enormes de vivir. No es el fin del mundo… porque los teléfonos y las tablets están abiertos las 24 horas del día, porque necesitamos decirnos unos a otros que estamos vivos, darnos besos y abrazos invisibles libres de virus y compartir oraciones para que Dios nos libre de la peste funesta..
No es el fin del mundo…porque seguimos creyendo que Dios no nos ha abandonado…” No es el fin del mundo… porque seguimos “en las manos de Dios, estamos en buenas manos”. (S. Leonardo Murialdo)
También el evangelio de este domingo nos infunde ánimo y esperanza.
En este domingo de la Octava de Pascua, Jesús, el Resucitado, viene una vez más a nuestro encuentro, viene a nuestras casas, que como en el Cenáculo, están cerradas por miedo… al virus.
En este 2º Domingo de Pascua, también celebramos la Divina Misericordia: Jesús que alarga las manos con las señales de la Pasión, para abrazar a toda la humanidad, y que desde su corazón traspasado hace brotar Agua y Sangre.
Este domingo se llamaba “Domingo en Albis”.
Era costumbre en los primeros siglos de Iglesia, en la Noche Pascual, al salir de la fuente bautismal por triple inmersión, revestir a los bautizados con una túnica blanca (en latín “alba”) y que la llevarían toda la semana, para que les reconocieran como nuevos renacidos del Agua y del Espíritu (neófitos) y justamente este domingo era cuando ya deponían la túnica blanca para revestirse normal. De aquí viene el nombre de“Domingo en albis deponendis”.En los bautizos de hoy se acostumbra llevar a los niños vestidos de blanco o entregarles una vestidura blanca.
Paso a comentar el párrafo del evangelio: Jn 20,19-31.
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomas con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto».
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
El texto del Evangelio de Juan nos sitúa en el Domingo de la Resurrección, “el día primero de la semana”, el día en que el Señor salió al encuentro de sus discípulos; el día en que el Señor sale al encuentro de nosotros también, porque su presencia, su Espíritu sigue con nosotros y nos lanza a la misión: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”
Los discípulos estaban encerrados por miedo a los judíos. Habían traicionado, se habían escapado, y seguían con miedo. Y sin embargo Jesús llega.
Una comunidad encerrada, donde no se está bien, puertas y ventanas cerradas, donde falta el aire. Y sin embargo Jesús entra. No por encima de ellos, no alrededor sino en medio de ellos.
No es un augurio, una promesa, sino una afirmación: La Paz está aquí. Yo soy la Paz. Paz que baja dentro de vosotros. Paz que procede de Dios.
Paz sobre nuestros miedos, sobre nuestro sentido de culpabilidad, sobre nuestros sueños todavía no realizados, sobre las insatisfacciones que decoloran nuestros días.
Sin embargo hay algunos que van y vienen de esa habitación, entran y salen: los dos de Emaús, Tomás el valiente. Jesús y Tomás. Ellos dos buscan, se buscan.
Y también hoy, Jesús nos quita el miedo que nos paraliza, que nos hace cobardes, que nos oprime; nos quita el peso del pecado, nos regala su paz y su perdón y hace de nuestras comunidades un testimonio alegre y valiente de su presencia salvadora en el mundo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados.”
Un día como hoy, nos regaló el sacramento del Perdón, el sacramento de la Divina Misericordia: corazón traspasado que mana sangre y agua: su vida (sangre-rojo) que nos da la vida (agua-blanco).
A los apóstoles les costó reconocer y vivir la resurrección del Señor.
Y el ejemplo más sonado es el de Tomás.
¿Dónde estaría el domingo de resurrección? Y ¿dónde estamos nosotros cuando Cristo, el Señor, quiere hacerse el encontradizo en nuestra vida?
Los demás discípulos estaban reunidos; con miedo pero juntos, formando comunidad. Su fe era frágil; no se atrevían a salir, ni a hablar de Jesús fuera de su reducido círculo…pero continuaban siendo el grupo de Jesús.
En estos días de confinamiento, nuestra comunidad, nuestro templo son nuestras familias.
Si queremos que Cristo se manifieste, debemos estar en comunión, con nuestras dudas y miserias, pero formando familia, la familia de los creyentes, la Iglesia.
Tomás, al principio, no cree al testimonio de sus amigos y pide, exige pruebas tangibles, sensibles, científicamente ciertas. Tomás necesitaba fundamentar su fe para que fuera razonable, veraz y constante. Osea, pone condiciones a Dios.
Una actitud tan común hoy, en un mundo que sólo cree en lo que toca, en lo que se puede demostrar con nuestra “limitada” ciencia.
Ocho días después Jesús vuelve, con el más profundo respeto: no reprocha a los discípulos, se pone a disposición de sus manos. Tomás no se había quedado satisfecho con las palabras de los otros diez. Él no necesitaba de un relato sino de un encuentro con su Señor.
Jesús se propone y se expone a las manos de Tomás y le provoca: “Mete la mano en mi costado”.
La resurrección no ha cerrado los agujeros de los clavos en sus manos y la herida del costado. Porque la muerte no ha sido un accidente que había que superar y olvidar: esas heridas son la gloria de Dios, el punto más alto del Amor, y entonces quedarán eternamente abiertas, imborrables como el mismo amor.
Con esa invitación, Jesús, le pide que supere los pobres esquemas humanos y que culmine su proceso de fe en el encuentro personal con Él.
El Evangelio no dice si Tomás ha tocado de verdad las heridas abiertas de Jesús. Le bastó lo que Jesús le propuso, con esa humildad, con esa confianza, con esa libertad que nunca se cansa de salir al encuentro, ni siquiera cuando ellos lo había abandonado. Es el estilo de Jesús.
Tomás se rinde ante el Misterio y cae de rodillas, en adoración y pronuncia un solemne acto de fe: “Señor mío y Dios mío”. Esa experiencia le tocó para toda la vida. Tomás desde ese momento será un testigo valiente de Jesús.
Y Jesús promete una bienaventuranza a los que creemos sin haber visto, una bienaventuranza para nosotros que no vemos, que buscamos a tientas y con fatiga. Jesús, Gran Educador. Forma a los suyos a la libertad, a ser libres de los signos externos, a la búsqueda personal más que a la docilidad.
La fe es el riesgo de ser felices. Una vida ciertamente no más fácil, pero sí más plena y vibrante. Herida sí, pero luminosa.
Así termina el Evangelio, así inicia nuestro discipulado, con el riesgo de ser felices, llenando nuestras llagas de luz.
Amigos, a lo largo de nuestra vida, seguramente hayamos experimentado en algún momento la presencia del Señor. Que esa experiencia nos ayude a dar un testimonio gozoso del Resucitado y atraiga al seguimiento de Jesús a los que entre nosotros no lo conocen.
El recuerdo del Resucitado, su Espíritu, su Presencia era motivo de gozo y de compromiso para las primeras comunidades cristianas y ha de ser también motivo de gozo y de compromiso para nuestras comunidades de hoy.
Como Tomás estamos llamados a meter la mano en el costado del prójimo, eso es: comprender, compadecer, empatizar con el prójimo y mantener una actitud de constante servicio.
La lección de servicio que nos dio Jesús en la última cena, nos anime a hacer lo mismo.
Termina hoy la Octava de Pascua y nos renovamos las felicitaciones:
FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN
FLORIDA y “DOLORIDA”
¡ALELUYA ALELUYA ALELUYA!
Muchas gracias Mariano por compartir tus reflexiones de tu vida interior con todos nosotros. Que el Señor te cuide y te guarde. Un fraternal abrazo.
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