Esto no es mío, pero me gusta mucho y viene a cuento del evangelio de hoy sábado. ¡Toma Cuaresma, oh, fariseíllo! Habita en mí un duendecillo al que llamo cariñosamente fariseíllo y que a veces me alegra recordándome que pago el diezmo de la menta y del comino y que no soy como los demás. Cuando charlo con él me parece que mis pecados se borran al compararlos con los pecados del prójimo -el fariseíllo que habita en mí no suele llamar prójimo al de al lado, lo llama gente-. Al duendecillo que hay en mí le encanta oír la radio y leer los periódicos porque allí -dice- queda patente lo bueno que soy comparado con la gente. Cuando intento rezar o hacer examen de conciencia toma él la palabra y comenta ante Dios los pecados del mundo y mis virtudes lo cual me reconforta mucho pero, a decir verdad, ni me justifica ni me deja en paz. Creo que es como las drogas el duendecillo ese: sólo me deja ver mi lado bueno y cada vez me hace más insensato y más débil. Pero estamos en Cuaresma y he empezado a decirle: ¡Toma Cuaresma, oh, fariseíllo! Me dice, por ejemplo: ¿has visto qué corruptos son los tipos esos? Y yo le digo: Sí, son mis hermanos. Y ahora repite conmigo: "perdona nuestras ofensas". Pero él insiste: No, si los corruptos son ellos. ¿No ves cómo blasfeman? ¿No ves cómo está el mundo? Y yo también insisto: Toma Cuaresma, fariseíllo y repite conmigo: "perdona nuestras ofensas... no nos dejes caer en la tentación". Y así estoy, tratando de catequizar al duendecillo que habita en mí para que me deje rezar el Padre Nuestro en Cuaresma.
Esto no es mío, pero me gusta mucho y viene a cuento del evangelio de hoy sábado.
ResponderEliminar¡Toma Cuaresma, oh, fariseíllo!
Habita en mí un duendecillo al que llamo cariñosamente fariseíllo y que a veces me alegra recordándome que pago el diezmo de la menta y del comino y que no soy como los demás. Cuando charlo con él me parece que mis pecados se borran al compararlos con los pecados del prójimo -el fariseíllo que habita en mí no suele llamar prójimo al de al lado, lo llama gente-.
Al duendecillo que hay en mí le encanta oír la radio y leer los periódicos porque allí -dice- queda patente lo bueno que soy comparado con la gente.
Cuando intento rezar o hacer examen de conciencia toma él la palabra y comenta ante Dios los pecados del mundo y mis virtudes lo cual me reconforta mucho pero, a decir verdad, ni me justifica ni me deja en paz. Creo que es como las drogas el duendecillo ese: sólo me deja ver mi lado bueno y cada vez me hace más insensato y más débil.
Pero estamos en Cuaresma y he empezado a decirle: ¡Toma Cuaresma, oh, fariseíllo!
Me dice, por ejemplo: ¿has visto qué corruptos son los tipos esos? Y yo le digo: Sí, son mis hermanos. Y ahora repite conmigo: "perdona nuestras ofensas". Pero él insiste: No, si los corruptos son ellos. ¿No ves cómo blasfeman? ¿No ves cómo está el mundo? Y yo también insisto: Toma Cuaresma, fariseíllo y repite conmigo: "perdona nuestras ofensas... no nos dejes caer en la tentación".
Y así estoy, tratando de catequizar al duendecillo que habita en mí para que me deje rezar el Padre Nuestro en Cuaresma.