Nos vamos acercando a los días en los que la Iglesia recuerda la Pasión y Muerte de Jesús en Jerusalén. Jesús se acerca al inevitable desenlace de su vida. La tensión se masca. Las autoridades se sienten incómodas por la predicación y el modo de actuar de Jesús y procuran acusarlo para eliminarlo con cualquier justificación. |
Palabra de Dios
- Primera: Is 43, 16-21;
- segunda: Fil 3, 8-14;
- Evangelio: Jn 8, 1-11
Jn 8, 1-11
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a Él; entonces se sentó y les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
—«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?»
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
—«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E, inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron retirando uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, que permanecía allí frente a Él. Jesús se incorporó y le preguntó:
—«Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?»
Ella contestó:
—«Ninguno, Señor».
Jesús le dijo:
—«Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más».
Pieter Bruegel The Elder. Christ and the woman taken in adultery. Grabado (1565)
Nos vamos acercando a los días en los que la Iglesia recuerda la Pasión y Muerte de Jesús en Jerusalén. Jesús se acerca al inevitable desenlace de su vida. La tensión se masca. Las autoridades se sienten incómodas por la predicación y el modo de actuar de Jesús y procuran acusarlo para eliminarlo con cualquier justificación.
Traen ante Jesús a una mujer sorprendida en adulterio y bajo la justificación de fidelidad a la ley, plantean a Jesús un dilema, aparentemente sin salida. Jesús sencillamente va a cambiar el foco y lo centra en ellos mismos para que se examinen en torno a su propio argumento de fidelidad.
Aquellos escribas y fariseos bajo la apariencia de fidelidad a Dios, manipulan la ley y usan la persona de la mujer para poder acusar a Jesús. Él es el verdadero condenado de los escribas y fariseos. A Él es a quien en realidad quieren lapidar por blasfemo, según su forma de interpretar la ley. Y le buscan las cosquillas.
Dice el evangelio que Jesús, ante la encerrona, no se altera ni se deja llevar por los nervios, se inclina y comienza a escribir en tierra con el dedo mientras sus adversarios empiezan a ponerse nerviosos esperando que desautorice la ley o condene a muerte a la mujer.
Jesús no discute la ley, sencillamente cambia el punto del juicio: en vez de permitir que ellos coloquen la luz de la ley por encima de la mujer para condenarla, les pide que se examinen a la luz de lo que la ley les exige a ellos.
La acción simbólica de escribir en la tierra lo aclara todo. La palabra de la Ley de Dios tiene consistencia. Una palabra escrita en la tierra no la tiene. La lluvia o el viento la eliminan. El perdón de Dios elimina el pecado identificado y denunciado por la ley.
Jesús derriba con su gesto y su respuesta a los fariseos y los escribas que se retiran avergonzados. Acontece lo contrario de lo que ellos esperaban. La persona condenada por la ley no era la mujer, sino ellos mismos que pensaban ser fieles a la ley.
Este pasaje nos revela que Jesús es la luz que hace aparecer la verdad. Él hace aparecer lo que existe de escondido en las personas, en lo más íntimo de cada uno de nosotros. A la luz de su palabra, los que parecían los defensores de la ley, se revelan llenos de pecado y ellos mismos lo reconocen, pues se van comenzando por los más viejos. Y la mujer, considerada culpable y merecedora de pena de muerte, está de pié ante de Jesús, absuelta, redimida y dignificada.
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