Celebramos el 1º de Mayo, el Día del Trabajo,...



...conmocionados aún por la Encuesta de Población Activa (EPA) que se hizo pública la semana pasada con un paisaje desolador: el 27,16% - ¡el 57% de los jóvenes!- de la población española en edad laboral (6.202.700 personas) está en paro. 

Es inadmisible reducir este drama a planteamientos técnicos o a cualquier explicación económica, justificarlo en una crisis global y dilatar las soluciones a no se sabe qué futuro. No podemos tolerar que no se tome en serio, que no se tomen medidas ante este fracaso que no es sólo político, es un fracaso social, de toda la sociedad; es la confirmación más sólida de un sistema incapaz de dibujar un paisaje normal en el que los ciudadanos, las personas, las familias, podamos ser lo que estamos llamados a ser.

Es inaceptable que no se busquen urgentemente soluciones, en consenso, con generosidad, solidaridad y realismo; No podemos asistir pasivos a la parálisis de una sociedad incapaz de movilizar al Gobierno, partidos políticos, empresarios, sindicatos, trabajadores y ciudadanos en la búsqueda de nuevos escenarios en los que la persona pueda desarrollarse, sostenerse, ser y hacer posible su vida, su familia, su futuro,… en su trabajo.

La Iglesia se siente llamada en este drama a dar lo mejor de sí misma y, aunque no le corresponda a la Iglesia arbitrar las políticas económicas y laborales que abran un horizonte de esperanza en medio del interminable túnel de la crisis, estamos llamados a no conformarnos, a ser responsables ante esta llamada, ante este signo de los tiempos que nos llama a voces, a comprometernos, denunciar, a cuestionar, provocar, proponer, movilizar,…

Estamos llamados a ser conciencia crítica y hemos de ser luz y sal en medio de esta catástrofe. No dejemos de proponer la reflexión profunda y evangélica sobre las raíces y las causas de esta crisis. Propongamos nuestro patrimonio de reflexión y sentido que se expresa en el Evangelio y se explicita en la Doctrina Social de la Iglesia. Transmitamos cada uno de nosotros en nuestra vida el valor y la urgencia de la sobriedad, la solidaridad y la justicia. No dejemos de recordar que hay alternativas a las actuales políticas económicas. Comprometámonos en la cultura del emprendimiento y de la gestión empresarial, el cooperativismo, la economía de comunión o la economía del bien común (Caritas in Veritate, 46).

La Iglesia no puede olvidar a las víctimas de esta crisis y está llamada, estamos comprometidos en su misión de seguir intensificando nuestra acción caritativa y, en concreto, nuestra colaboración con las instituciones eclesiales, como Cáritas.

Es verdad que la acción caritativa, por sí misma, no va a resolver el problema de la crisis, la anchura del drama real que nos dibuja la EPA más allá de las cifras, la profundidad del sufrimiento de millones de personas en paro, de todos los hogares en los que sufre a consecuencia de esta lamentable situación,… Estamos ante una emergencia social y no nos podemos permitir que esta situación vaya a peor, a mucho peor como nos sugieren nuestros gobernantes. Sin duda, parte de la solución pasa por esta urgente intervención caritativa que tiene que partir de lo fundamental, de la raíz, de lo evangélico, de poner a las personas como centro y eje de la economía, con personas nuevas, revestidas, transformadas y urgidas por la caridad. Sólo así podremos construir junto un futuro nuevo, el horizonte mejor que todos necesitamos.

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