Octava de Pascua: ¡NO LO PODEMOS CALLAR!


No lo podemos callar

¡HA RESUCITADO!    
 No lo podemos apagar  
¡HA RESUCITADO!









Lo débil se ha hecho fuerte,
la muerte ha vuelto a la vida,
el llanto es gozo y alegría:
¡HA RESUCITADO!

¿Seremos capaces de no asfixiar
el secreto de esta noche?
¿Por qué, si somos hijos de la Pascua,
nuestras voces enmudecen
el grito de aquello que nos hace eternos?
¡HA RESUCITADO!

Sean nuestros cuerpos
instrumentos que irradien la alegría
de Cristo Resucitado.
Sean nuestras voces
cánticos que destellen y reflejen
la alegría interna de los hijos de la VIDA.
Sean nuestros pies
mensajeros de un mundo nuevo,
un mundo que necesita el esplendor de la Pascua,
unos hombres que desconocen
que gracias a un Cristo humillado y muerto
nos ha hecho inmensamente ricos,
herederos de una vida que ya no se acaba:
¡HA RESUCITADO!

Con el Señor, despertemos a la vida;
con Jesús, levantemos nuestros cuerpos postrados;
con Cristo, agradezcamos a Dios su poder y victoria;
con el resucitado, gritemos que la muerte
ya no es muerte,
que es un sueño que termina porque
¡HA RESUCITADO!

Hoy, la noche, ya no es noche.
Todo queda prendado por la belleza
de Aquel que nos hace pasar de la tiniebla a la luz,
del absurdo a la respuesta,
de la mentira a la verdad,
de la humillación a la gloria,
de la tierra al cielo
de la esclavitud a la libertad:
¡HA RESUCITADO!

¿No lo ves? ¿No lo ves? ¿No lo sientes?
¿No lo oyes? ¿No lo vives?

¡Sí! ¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya!






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