Vaticano II - (6) - Un papa de transición, el Papa Juan



La contemplación de estos males (del mundo) impresiona los ánimos de algunos hasta el punto de que no ven sino tinieblas que piensan que envuelven completamente al mundo. Sin embargo, Nos preferimos poner nuestra firmísima confianza en el divino Conservador del género humano, quien no ha abandonado a los hombres redimidos por Él. Más aún, siguiendo los consejos de Cristo que nos exhorta a reconocer los signos de los tiempos (Mt 16, 3), en medio de tinieblas tan sombrías, percibimos numerosos indicios que parecen auspiciar un tiempo mejor para la humanidad y para la Iglesia”, (Juan XXIII, Convocatoria del Concilio Vaticano II).


Estas palabras fueron pronunciadas en 1959 por Angelo Giuseppe Roncalli, cuyo cincuenta aniversario de su muerte hemos celebrado este lunes, 3 de junio. Nació en 1881 en el pueblito italiano de Sotto il Monte, de familia campesina, pobre y muy cristiana. Juan XXIII había tenido una experiencia “del mundo” más extensa que la que hasta ese momento había tenido cualquier papa hasta que fue cardenal.

A la muerte de Pío XII en 1958, Roncalli es elegido Papa como un Papa de transición pues no se veía fácil superar el pontificado de la figura noble, mística y heróica y en muchos aspectos extraordinaria del Papa Eugenio Pacelli. Y, efectivamente, fue un “papa de transición” que inició la transición de una Iglesia de antes a la Iglesia de Hoy, en mayúsculas, de la que todos somos hijos nuevos.

Roncalli representaba otro estilo humano y eclesial, un Papa campesino, bajo y regordete, bonachón y perspicaz. A sus 77 años de edad sorprendió a todo el mundo al convocar en 1959 con estas palabras un Concilio Ecuménico que debía completar lo que el Vaticano I (1870) había dejado inacabado, pero que no debía ser la mera continuación de este, sino un nuevo Concilio, el Vaticano II.

Él mismo reconoció que esta idea le “brotó del corazón y afloró a sus labios como una gracia de Dios, como una luz de lo alto, con suavidad en el corazón y en los ojos, con gran fervor”.

Muchos eclesiásticos quedaron atónitos, creyeron que el Papa era ingenuo, precipitado, impulsivo, inconsciente de las dificultades con las que se debería enfrentar con la misma curia romana, o que tal vez chocheaba. Sin embargo la idea despertó gran entusiasmo en todos los movimientos eclesiales y teológicos de la época, tuvo un gran impacto ecuménico y suscitó en todo el mundo cristiano una gran esperanza.

Juan XXIII pilotó la nave suspirando por una Iglesia que volviera a las fuentes y respondiera a los signos de los tiempos, que se pusiera al día dialogando con el mundo moderno y se renovase pastoral y doctrinalmente con la revisión de costumbres del pueblo cristiano y de la disciplina eclesiástica. 

Como el papa expresó en cierta ocasión se trataba de “abrir las ventanas para que entrase un aire nuevo y sacudiese el polvo acumulado”





Viñeta del Hermano Cortés

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