Vaticano II - (8) - El Concilio del siglo XX


La lista de concilios ecuménicos a lo largo de la historia de la Iglesia suma veintiuno. Una media de uno por siglo, aunque en algunos se han celebrado más, y en otros (los menos), ninguno. Es una estadística interesante que induce a pensar que cualquier generación está atravesada por un acontecimiento de esta envergadura que marca directrices a todos los niveles de la vida de la Iglesia y del creyente. Somos afortunados y privilegiados al ser el Vaticano II el Concilio de nuestra vida.



Los Concilios de Nicea (325), Constantinopla (381), Calcedonia (451) o Trento (1545-1563), el Vaticano I,... aportaron una novedad que impulsó a la Iglesia hacia horizontes nuevos. Pero, el Vaticano II, si cabe, tiene un impulso más arrollador. 

Se trata del primer Concilio centrado en reflexionar acerca de la identidad de la propia Iglesia y sobre su relación con el mundo, y además lo hizo rompiendo con la asfixiante atmósfera de la etapa anterior. 

Contó con la mayor y más diversa participación de representantes de lenguas y etnias, con una media de asistencia de 2450 padres conciliares procedentes de todas las partes del mundo. Asistieron además miembros de otras confesiones religiosas cristianas que, en ocasiones, superó el centenar. Hubo multitud de asistentes y cientos de teólogos y especialistas, incluso laicos, que influyeron sustancialmente en las distintas comisiones. 

El Vaticano II pretendió proporcionar una apertura dialogante con el mundo moderno, actualizando la vida de la Iglesia sin definir ningún dogma, incluso con un nuevo lenguaje conciliatorio frente a problemas actuales y antiguos desde un retorno a las fuentes (ressourcement) y una actualización (aggiornamento). 

Y sobre todo ha quedado en la vida de la Iglesia actual como un referente por la riqueza de temas que debatió, los frentes que abrió y la revolución sin precedentes que supuso.

La Iglesia venía afrontando tremendos desafíos asociados al cambio político, social, económico y tecnológico. Algunos obispos y teólogos, muchos fieles, aspiraban a formas nuevas de responder a esos cambios. El Concilio Vaticano I, desarrollado casi un siglo antes, había sido interrumpido cuando el ejército italiano entró en Roma en los momentos finales de la unificación italiana. Sólo habían concluido las deliberaciones relativas al papel del papado, dejando sin resolver los aspectos pastorales y dogmáticos concernientes al conjunto de la Iglesia.

De hecho, después que Pío IX declarase el dogma de la infalibilidad del papa en el Concilio Vaticano I (1869-1870) parecían innecesarios los concilios; bastaba el magisterio pontificio. Algunos papas pretendieron terminar el Vaticano I, interrumpido en 1870 por la guerra entre Prusia y Francia: Pío XI en 1923 y Pío XII en 1948. Nunca se dio el paso.

La imagen está tomada del Blog del Hermano Cortés


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