No es casual que propongamos esta reflexión sobre la Iglesia en el momento que estamos viviendo de una de sus manifestaciones más vivas, las JMJ de Río 2013. Sólo había que ver las calles de Río y la sencillez de un papa cercano que representan, junto al Pueblo de Dios la Iglesia que estamos llamados a ser. A lo largo de 20 siglos de historia el barco de la Iglesia ha navegado por la historia y ahora, en pleno s. XX siente la necesidad de volver a reflexionar sobre sí misma. En un alarde de audacia, incluso, va a reconsiderar en Gaudium et Spes cómo son sus relaciones con el mundo. Pero antes necesita asegurar sus cimientos, formular claramente lo que es y lo que cree de sí misma y esto lo hará en la Constitución Dogmática Lumen Gentium en la que esta semana te proponemos bucear para descubrir el misterio de la Iglesia enraizado en el misterio de Cristo. |
¿Dónde está la novedad?
Si el Vaticano I comenzó a abordar la Iglesia desde la cabeza –el Papa- para seguir su reflexión –que no pudo continuar- por los obispos, sacerdotes y terminar en el pueblo, en el Vaticano II desaparece este enfoque jerárquico y nos presenta a la Iglesia como “Pueblo de Dios” y “Sacramento”:
“Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano… (LG 1) …Y así toda la Iglesia aparece como “un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo…” (LG 4)… “La Cabeza de este cuerpo es Cristo. El es la imagen de Dios invisible, y en El fueron creadas todas las cosas. El es antes que todos, y todo subsiste en El. El es la cabeza del cuerpo, que es la Iglesia…” (LG 7).
La Iglesia subsiste en la Iglesia Católica
Como veis, lo esencial de la Iglesia no es lo jerárquico, sino lo sacramental. La cabeza del cuerpo no es el Papa, sino el mismo Cristo. Y no penséis que es una novedad, fue el enfoque permanente de la Tradición que, a lo largo de los siglos, se fue difuminando. Más adelante en un párrafo particularmente significativo amplía la idea de Iglesia de una manera significativa:
Esta Iglesia, establecida y organizada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él si bien fuera de su estructura se encuentren muchos elementos de santidad y verdad que, como bienes propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia la unidad católica. (LG 8)
En lugar de decir “la Iglesia es… la Iglesia Católica” pone el verbo “subsiste”. De alguna manera se reconoce la diferencia entre la Iglesia de Jesús y la Iglesia realmente existente, en algunas cuestiones alejada de Jesús y necesitada, evidentemente, de conversión. Y, si leemos entre líneas, se reconoce en otras Iglesias no sometidas a la autoridad del Papa, muchos elementos de santidad y verdad. No es más que un primer paso, que se desarrollará más ampliamente en LG 15.
Iglesia carismática
Se nos presenta a la Iglesia como una Iglesia Carismática que tiene una función profética para la que ha sido ungida y enviada:
“El Pueblo santo de Dios participa también de la función profética de Cristo, difundiendo su testimonio vivo sobre todo con la vida de fe y caridad y ofreciendo a Dios el sacrificio de alabanza, que es fruto de los labios que confiesan su nombre (cf. Hb 13.15). La totalidad de los fieles, que tienen la unción del Santo (cf. 1 Jn 2,20 y 27), no puede equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo cuando “desde los Obispos hasta los últimos fieles laicos” presta su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres…” (LG 12)
Retoma la doctrina paulina y el estilo de las primeras comunidades cristianas al proclamar que el Pueblo de Dios, animado directamente por el Espíritu Santo y dotado de sus carismas, de los dones de Dios, edifica la Iglesia:
“Además, el mismo Espíritu Santo no sólo santifica y dirige el Pueblo de Dios mediante los sacramentos y los misterios y le adorna con virtudes, sino que también distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier condición, distribuyendo a cada uno según quiere (1 Co 12,11) sus dones, con los que les hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: «A cada uno... se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad» (1 Co 12,7). Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más comunes y difundidos, deben ser recibidos con gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y útiles a las necesidades de la Iglesia”. (LG 12)
La Jerarquía
Partiendo de esta visión carismática de la Iglesia aborda el tratamiento de la jerarquía:
“Para apacentar el Pueblo de Dios y acrecentarlo siempre, Cristo Señor instituyó en su Iglesia diversos ministerios, ordenados al bien de todo el Cuerpo. Pues los ministros que poseen la sacra potestad están al servicio de sus hermanos, a fin de que todos cuantos pertenecen al Pueblo de Dios y gozan, por tanto, de la verdadera dignidad cristiana, tendiendo libre y ordenadamente a un mismo fin, alcancen la salvación”. (LG 18)
Y entresacamos algún texto significativo del Episcopado (cuya doctrina se explicitará en el Decreto sobre los Obispos Christus Dominus, y que fue el elemento de discusión más debatido en el Concilio), el Romano Pontífice, los sacerdotes y el diaconado:
“Este santo Sínodo, siguiendo las huellas del Concilio Vaticano I, enseña y declara con él que Jesucristo, Pastor eterno, edificó la santa Iglesia enviando a sus Apóstoles lo mismo que El fue enviado por el Padre (cf. Jn 20,21), y quiso que los sucesores de aquéllos, los Obispos, fuesen los pastores en su Iglesia hasta la consumación de los siglos”. (LG 18)
“Pero para que el mismo Episcopado fuese uno solo e indiviso, puso al frente de los demás Apóstoles al bienaventurado Pedro e instituyó en la persona del mismo el principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de fe y de comunión. Esta doctrina sobre la institución, perpetuidad, poder y razón de ser del sacro primado del Romano Pontífice y de su magisterio infalible, el santo Concilio la propone nuevamente como objeto de fe inconmovible a todos los fieles, y, prosiguiendo dentro de la misma línea, se propone, ante la faz de todos, profesar y declarar la doctrina acerca de los Obispos, sucesores de los Apóstoles, los cuales, junto con el sucesor de Pedro, Vicario de Cristo y Cabeza visible de toda la Iglesia, rigen la casa del Dios vivo”. (LG 18)
“Los Obispos, pues, recibieron el ministerio de la comunidad con sus colaboradores, los presbíteros y diáconos [47], presidiendo en nombre de Dios la grey, de la que son pastores, como maestros de doctrina, sacerdotes del culto sagrado y ministros de gobierno. Y así como permanece el oficio que Dios concedió personalmente a Pedro; príncipe de los Apóstoles, para que fuera transmitido a sus sucesores, así también perdura el oficio de los Apóstoles de apacentar la Iglesia, que debe ejercer de forma permanente el orden sagrado de los Obispos. Por ello, este sagrado Sínodo enseña que los Obispos han sucedido, por institución divina, a los Apóstoles como pastores de la Iglesia, de modo que quien los escucha, escucha a Cristo, y quien los desprecia, desprecia a Cristo y a quien le envió (cf. Lc 10,16)” (LG 20)
En cuanto a los fieles y en lo que respecta a su relación con la jerarquía afirma que
“Los fieles, por su parte, en materia de fe y costumbres, deben aceptar el juicio de su Obispo, dado en nombre de Cristo, y deben adherirse a él con religioso respeto. Este obsequio religioso de la voluntad y del entendimiento de modo particular ha de ser prestado al magisterio auténtico del Romano Pontífice aun cuando no hable ex cathedra; de tal manera que se reconozca con reverencia su magisterio supremo y con sinceridad se preste adhesión al parecer expresado por él, según su manifiesta mente y voluntad, que se colige principalmente ya sea por la índole de los documentos, ya sea por la frecuente proposición de la misma doctrina, ya sea por la forma de decirlo”. (LG 25)
A propósito de los diáconos se puede hacer una reflexión importante porque nos hace ver una cuestión que abordaremos después de valorar los documentos, la tarea inacabada del concilio. En el número 29 se habla de los diáconos y sus funciones y está ofreciendo pistas para paliar de un modo eficaz la falta de sacerdotes. No se ha desarrollado esta vía privilegiada (aunque sí en algunos países de misión) que nos propone el concilio.
También hay que decir que el tema de la Colegiabilidad Episcopal se quedó sin desarrollar suficientemente –un debate eterno y acalorado- y generó la intervención directa del papa Pablo VI con una nota que aparece el final de la Constitución.
A los laicos les dedica el capítulo IV:
“El santo Concilio, una vez que ha declarado las funciones de la Jerarquía, vuelve gozoso su atención al estado de aquellos fieles cristianos que se llaman laicos. Porque, si todo lo que se ha dicho sobre el Pueblo de Dios se dirige por igual a laicos, religiosos y clérigos, sin embargo, a los laicos, hombres y mujeres, por razón de su condición y misión, les atañen particularmente ciertas cosas, cuyos fundamentos han de ser considerados con mayor cuidado a causa de las especiales circunstancias de nuestro tiempo. Los sagrados Pastores conocen perfectamente cuánto contribuyen los laicos al bien de la Iglesia entera. Saben los Pastores que no han sido instituidos por Cristo para asumir por sí solos toda la misión salvífica de la Iglesia en el mundo, sino que su eminente función consiste en apacentar a los fieles y reconocer sus servicios y carismas de tal suerte que todos, a su modo, cooperen unánimemente en la obra común”. (LG 30)
Insiste en la igualdad de todos los miembros del Pueblo de Dios
“Por tanto, el Pueblo de Dios, por El elegido, es uno: «un Señor, una fe, un bautismo» (Ef 4,5). Es común la dignidad de los miembros, que deriva de su regeneración en Cristo; común la gracia de la filiación; común la llamada a la perfección: una sola salvación, única la esperanza e indivisa la caridad. No hay, de consiguiente, en Cristo y en la Iglesia ninguna desigualdad por razón de la raza o de la nacionalidad, de la condición social o del sexo, porque «no hay judío ni griego, no hay siervo o libre, no hay varón ni mujer. Pues todos vosotros sois "uno" en Cristo Jesús» (Ga 3,28 gr.; cf. Col 3,11)”. (LG 32)
Y expresa el Concilio la aportación que se espera de los laicos a la construcción del Pueblo de Dios
“Los laicos, al igual que todos los fieles cristianos, tienen el derecho de recibir con abundancia de los sagrados Pastores los auxilios de los bienes espirituales de la Iglesia, en particular la palabra de Dios y les sacramentos. Y manifiéstenles sus necesidades y sus deseos con aquella libertad y confianza que conviene a los hijos de Dios y a los hermanos en Cristo. Conforme a la ciencia, la competencia y el prestigio que poseen, tienen la facultad, más aún, a veces el deber, de exponer su parecer acerca de los asuntos concernientes al bien de la Iglesia. Esto hágase, si las circunstancias lo requieren, a través de instituciones establecidas para ello por la Iglesia, y siempre en veracidad, fortaleza y prudencia, con reverencia y caridad hacia aquellos que, por razón de su sagrado ministerio, personifican a Cristo. Son de esperar muchísimos bienes para la Iglesia de este trato familiar entre los laicos y los Pastores; así se robustece en los seglares el sentido de la propia responsabilidad, se fomenta su entusiasmo y se asocian más fácilmente las fuerzas de los laicos al trabajo de los Pastores. Estos, a su vez, ayudados por la experiencia de los seglares, están en condiciones de juzgar con más precisión y objetividad tanto los asuntos espirituales como los temporales, de forma que la Iglesia entera, robustecida por todos sus miembros, cumpla con mayor eficacia su misión en favor de la vida del mundo”. (LG 37)
En el capítulo V aborda la vocación universal a la santidad, en el VI los religiosos, en el VII el carácter escatológico de la Iglesia y en el VIII la Virgen María, Madre de Dios. Sería interesantísimo seguir apuntado detalles de estos aspectos, pero se nos antoja que ya es larga esta presentación y lo dejamos a vuestra lectura personal. Tomamos del Blog del Hermano Cortés unas pequeñas notas de estos capítulos de la Lumen Gentium con especial hincapié en el VIII título sobre la Virgen María Madre de Dios.
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