La Constitución Dogmática Dei Verbum (DV) es uno de los documentos que más discusiones y más acaloradas suscitaron en el Concilio. Algunos padres conciliares, durante los primeros debates propusieron abandonarlo porque sería imposible llegar a un acuerdo. Después de debatirlo en “todas” las sesiones se aprobó el 18 de noviembre de 1965. |
La DV desarrolla en seis capítulos:
1. El hecho de la Revelación,
2. La transmisión de la Revelación,
3. La inspiración divina de la Escritura,
4. El Antiguo Testamento,
5. El Nuevo Testamento,
6. Y la Escritura en la vida de la Iglesia.
Vamos a proponer un párrafo de cada uno de los primeros capítulos para
que nos abra el interés por bucear en este texto de contenido denso y dogmático
pero absolutamente inteligible y cercano en el que subyacen los fundamentos de
la fe, de la reflexión teológica y claves para entender nuestra vida cristiana
y poner la Escritura (y la Tradición y el Magisterio de la Iglesia) en el lugar
que le corresponde.
Sobre la Revelación (Capítulo I)
“Dispuso Dios en su sabiduría
revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el
cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre
en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina. En consecuencia,
por esta revelación, Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por
su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y
recibirlos en su compañía. Este plan de la revelación se realiza con hechos y
palabras intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas
por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y
los hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte,
proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas. Pero la verdad
íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la
revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la
revelación” (DV 1)
“Después que Dios habló muchas
veces y de muchas maneras por los Profetas, "últimamente, en estos días,
nos habló por su Hijo". Pues envió a su Hijo, es decir, al Verbo eterno,
que ilumina a todos los hombres, para que viviera entre ellos y les manifestara
los secretos de Dios; Jesucristo, pues, el Verbo hecho carne, "hombre
enviado, a los hombres", "habla palabras de Dios" y lleva a cabo
la obra de la salvación que el Padre le confió…” (DV 4)
Sobre la Tradición (Capítulo II)
“Así, pues, la predicación
apostólica, que está expuesta de un modo especial en los libros inspirados,
debía conservarse hasta el fin de los tiempos por una sucesión continua. De ahí
que los Apóstoles, comunicando lo que de ellos mismos han recibido, amonestan a
los fieles que conserven las tradiciones que han aprendido o de palabra o por
escrito, y que sigan combatiendo por la fe que se les ha dado una vez para
siempre. Ahora bien, lo que enseñaron los Apóstoles encierra todo lo necesario
para que el Pueblo de Dios viva santamente y aumente su fe, y de esta forma la
Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su culto perpetúa y transmite a todas
las generaciones todo lo que ella es, todo lo que cree.
Esta Tradición, que deriva de los
Apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo: puesto
que va creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas,
ya por la contemplación y el estudio de los creyentes, que las meditan en su
corazón y, ya por la percepción íntima que experimentan de las cosas
espirituales, ya por el anuncio de aquellos que con la sucesión del episcopado
recibieron el carisma cierto de la verdad. Es decir, la Iglesia, en el decurso
de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta
que en ella se cumplan las palabras de Dios.” (DV 8)
Sobre la Inspiración de la
Escritura
“Las verdades reveladas por Dios,
que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por
inspiración del Espíritu Santo. la santa Madre Iglesia, según la fe apostólica,
tiene por santos y canónicos los libros enteros del Antiguo y Nuevo Testamento
con todas sus partes, porque, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo,
tienen a Dios como autor y como tales se le han entregado a la misma Iglesia.
Pero en la redacción de los libros sagrados, Dios eligió a hombres, que utilizó
usando de sus propias facultades y medios, de forma que obrando El en ellos y
por ellos, escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que Él quería”.
(DV 11)
Desarrolla a continuación cómo hay que interpretar la Escritura
abriendo la posibilidad de utilizar los métodos histórico-críticos y el de los
géneros literarios, por ejemplo, que nos han ayudado en este medio siglo a
interpretar la Escritura de una manera profunda y apasionante, inteligible y
más cercana. Se insiste, sobre todo, en que hay que tener en cuenta, aparte de
la literalidad del texto, otros criterios que nos ayuden a entender y profundizar
en la Palara de Dios como el mensaje religioso que transmite el texto, la
interpretación que ha hecho de él la Iglesia y la coherencia de este texto con
el conjunto de la Escritura.
A continuación, en los capítulos cuarto y quinto desarrolla la
exposición sobre el Antiguo y el Nuevo Testamento y finaliza la DV con una
recomendación que no queremos dejar de resaltar que se refiere a la
recomendación de poner la Escritura en el centro de la vida de la Iglesia (DV
21-26):
Es necesario, por consiguiente,
que toda la predicación eclesiástica, como la misma religión cristiana, se
nutra de la Sagrada Escritura, y se rija por ella.
Es conveniente que los cristianos
tengan amplio acceso a la Sagrada Escritura... Pero como la palabra de Dios
debe estar siempre disponible, la Iglesia procura, con solicitud materna, que
se redacten traducciones aptas y fieles en varias lenguas, sobre todo de los
textos primitivos de los sagrados libros.
La Sagrada Teología se apoya,
como en cimientos perpetuos en la palabra escrita de Dios, al mismo tiempo que
en la Sagrada Tradición, y con ella se robustece firmemente y se rejuvenece de
continuo, investigando a la luz de la fe toda la verdad contenida en el
misterio de Cristo.
Es necesario, pues, que todos los
clérigos, sobre todo los sacerdotes de Cristo y los demás que como los diáconos
y catequistas se dedican legítimamente al ministerio de la palabra, se sumerjan
en las Escrituras con asidua lectura y con estudio diligente, para que ninguno
de ellos resulte "predicador vacío y superfluo de la palabra de Dios que
no la escucha en su interior", puesto que debe comunicar a los fieles que
se le han confiado, sobre todo en la Sagrada Liturgia, las inmensas riquezas de
la palabra divina.
Así, pues, con la lectura y el
estudio de los Libros Sagrados "la palabra de Dios se difunda y
resplandezca" y el tesoro de la revelación, confiado a la Iglesia, llene
más y más los corazones de los hombres. Como la vida de la Iglesia recibe su
incremento de la renovación constante del misterio Eucarístico, así es de
esperar un nuevo impulso de la vida espiritual de la acrecida veneración de la
palabra de Dios que "permanece para siempre"
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