Fue un pacto firmado por cuatro decenas de padres conciliares –obispos- que, después de celebrar la Eucaristía en las Catacumbas de Santa Domitila pidieron “ser fieles al espíritu de Jesús”. El texto, que no pertenece a los textos del Concilio y reproducimos en su totalidad, es un desafío a los hermanos en el episcopado a llevar una vida de pobreza y a ser una Iglesia servidora y pobre como había manifestado Juan XXIII. |
Durante las sesiones conciliares y a lo largo de los años que duró el Concilio, se reunían a menudo grupos de obispos con asesores, teólogos y aquel que deseaba participar para debatir sobre determinado temas que se trataban en el Concilio o sobre cuestiones pastorales y teológicas. Fueron encuentros muy intensos, no oficiales y llenos de vitalidad. Hay numerosos testimonios de obispos, teólogos y sacerdotes que participaron en ellos y que transmiten con tal vigor y fuerza que impresiona esta “cocina” o “trastienda” del Concilio.
Un grupo de Obispos acostumbraba a reunirse y el debate de una u otra manera, se centraba en reconocer, como explícitamente apuntó Juan XXIII que la Iglesia es “una Iglesia de los pobres”. El grupo lo constituían cerca de 40 padres conciliares fundamentalmente brasileños y latinoamericanos -en la imagen Dom Hélder Câmara uno de los obispos propulsores del Pacto de las Catacumbas-.
El 16 de noviembre de 1965, pocos días antes de la clausura del Concilio, celebraron una Eucaristía en las catacumbas de Santa Domitila y, después de pedir “ser fieles al espíritu de Jesus” firmaron lo que llamaron “el pacto de las Catacumbas” comprometiéndose, como podéis ver más adelante, a vivir en pobreza, a rechazar todos los símbolos o privilegios de poder y a colocar a los pobres en el centro de su ministerio pastoral.
No es un texto oficial, pero como veréis desborda en el sencillo escrito un espíritu evangélico que se hace compromiso concreto, claro y preciso.
El pasado 15 de agosto de 2013, Dom José Maria Pires, arzobispo emérito de Paraíba. Dom Tomás Balduino, obispo emérito de Goiás. Dom Pedro Casaldáliga, obispo emérito de São Félix do Araguaia, tras la visita del Papa a su país con motivo de las JMJ 2013, escribían una Carta al Episcopado Brasileño haciendo memoria de este Pacto:
“Concluido el Concilio, algunos obispos – muchos del Brasil – celebraron el Pacto de las Catacumbas de Santa Domitila. Aproximadamente 500 obispos los siguieron en ese compromiso de radical y profunda conversión personal. Fue así como se inauguró la recepción valiente y profética del Concilio.
Hoy en día, muchas personas, en diversas partes del mundo, están pensando en un nuevo Pacto de las Catacumbas. Por eso, deseando contribuir a la reflexión eclesial de ustedes, enviamos anexo el texto original del Primer Pacto”
Os proponemos, en esta reflexión sobre el Concilio que estamos haciendo en la parroquia del Recuerdo, la lectura de aquel breve texto que reproducimos a continuación:
Manifiesto de las catacumbas
“NOSOTROS, OBISPOS, reunidos en el Concilio Vaticano II, conscientes de las deficiencias de nuestra vida de pobreza según el Evangelio; invitados los unos por los otros en una iniciativa en la que cada uno de nosotros ha evitado el sobresalir o la presunción; unidos a todos nuestros hermanos en el episcopado; contando, sobre todo, con la gracia y la fuerza de nuestro Señor Jesucristo, con la oración de los fieles y de los sacerdotes de nuestras respectivas diócesis; poniéndonos con el pensamiento y con la oración ante la Trinidad, ante la Iglesia de Cristo y ante los sacerdotes y los fieles de nuestras diócesis, con humildad y con conciencia de nuestra flaqueza, pero también con toda la determinación y toda la fuerza que Dios nos quiere dar como gracia suya, nos comprometemos a lo que sigue:
1. Procuraremos vivir según el modo ordinario de nuestra población en lo que toca a casa, comida, medios de locomoción, y a todo lo que de ahí se desprende. [Mt 5, 3; 6, 33s; 8-20.]
2. Renunciamos para siempre a la riqueza, ya sea real o aparente, especialmente en el vestir (ricas vestimentas, colores llamativos) y en símbolos de metales preciosos a favor de otros signos más evangélicos. [Mc 6, 9; Mt 10, 9s; Hech 3, 6.]
3. No poseeremos bienes muebles ni inmuebles, ni tendremos cuentas en el banco a nombre propio. Si fuese necesario poseer algo, pondremos todo a nombre de la diócesis, o de las obras sociales o caritativas. [Mt 6, 19-21; Lc 12, 33s.]
4. En cuanto sea posible confiaremos la gestión financiera y material de nuestra diócesis a una comisión de laicos competentes y conscientes de su papel apostólico, para ser menos administradores y más pastores y apóstoles. [Mt 10, 8; Hech 6, 1-7.]
5. Renunciaremos a que nos llamen con nombres y títulos que expresen grandeza y poder (Eminencia, Excelencia, Monseñor), ya sea verbalmente o por escrito. [Mt 20, 25-28; 23, 6-11; Jn 13, 12-15.]
6. En nuestro comportamiento y relaciones sociales evitaremos todo lo que pueda parecer concesión de privilegios, primacía o incluso preferencia a los ricos y a los poderosos (por ejemplo en banquetes ofrecidos o aceptados, en servicios religiosos). [Lc 13, 12-14; 1 Cor 9, 14-19.]
7. Igualmente evitaremos propiciar o adular la vanidad de quien quiera que sea, al recompensar o solicitar ayudas, o por cualquier otra razón. Invitaremos a nuestros fieles a que consideren sus dádivas como una participación normal en el culto, en el apostolado y en la acción social. [Mt 6, 2-4; Lc 15, 9-13; 2 Cor 12, 4.]
8. Daremos todo lo que sea necesario de nuestro tiempo, reflexión, corazón o medios al servicio apostólico y pastoral de las personas y de los grupos trabajadores y económicamente más desfavorecidos. Apoyaremos a los laicos, religiosos, diáconos o sacerdotes que el Señor llama a evangelizar a los pobres y trabajadores, compartiendo su vida y el trabajo. [Lc 4, 18s; Mc 6, 4; Mt 11, 4s; Hech 18, 3s; 20, 33-35; 1 Cor 4, 12 y 9, 1-27.]
9. Procuraremos transformar las obras de beneficencia en obras sociales basadas en la caridad y en la justicia. [Mt 25, 31-46; Lc 13, 12-14 y 33s.]
10. Trabajaremos para que los responsables políticos pongan en marcha leyes, estructuras e instituciones sociales que son necesarias para la justicia, la igualdad y el desarrollo armónico y total de todo el hombre y de todos los hombres, y, así, para el advenimiento de un orden social, nuevo, digno de hijos de hombres y de hijos de Dios. [Cfr. Hech 2, 44s; 4, 32-35; 5, 4; 2 Cor 8 y 9; 1 Tim 5, 16.]
11. Dado que la función de los obispos encuentra su más plena realización evangélica en el servicio a las personas en situación de miseria física, cultural o moral, nos comprometemos a:
Participar, según nuestras posibilidades, en los proyectos urgentes de los episcopados de las naciones pobres;
Pedir de modo unánime a los organismos internacionales el fomento de estructuras económicas y culturales que no fabriquen naciones pobres en un mundo cada vez más rico, sino que permitan que las mayorías pobres salgan de su miseria.
12. Nos comprometemos a compartir nuestra vida, en caridad pastoral, con nuestros hermanos en Cristo, sacerdotes, religiosos y laicos, para que nuestro ministerio constituya un verdadero servicio. De este modo:
Nos esforzaremos para “revisar nuestra vida” con ellos;
Buscaremos colaboradores para poder ser más animadores según el Espíritu que jefes según el mundo;
Procuraremos hacernos lo más humanamente posible presentes, ser acogedores;
Nos mostraremos abiertos a todos, sea cual fuere su religión. [Mc 8, 34s; Hech 6, 1-7; 1 Tim 3, 8-10.]
13. Cuando regresemos a nuestras diócesis daremos a conocer estas resoluciones a nuestros diocesanos, pidiéndoles que nos ayuden con su comprensión, su colaboración y sus oraciones.
Que Dios nos ayude a ser fieles al Evangelio de Jesús.
(Catacumba de Santa Domitila, Roma, 16 de noviembre de 1965)
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