Hallooween, ingeniería de la distracción puesta al servicio del olvido.



Brujas por la calle, calabazas en las aulas, telarañas artificiales envolviendo los bares de copas, alguna que otra momia despistada circulando por la calle y los más pequeños con un cuchillo simulando que le atraviesa el cuello,… En Haloween se despliegan, con discreción contundente, técnicas de hiperconsumo y diversión con una potente ingeniería del acallamiento del misterio y la tradición.


Mi padre –neojubilado, no muy mayor- celebraba los primeros de noviembre con un sentido extraordinariamente espiritual, las campanas acompañaban -doblando todo el día 2 de noviembre- su peregrinación al cementerio e inspiraban su oración y memoria de los suyos que nos habían dejado. Nosotros, la generación del baby-boom, fuimos perdiendo la memoria aunque quedaba ese pequeño recuerdo merecido mientras el paso del tiempo agolpa cada año más y más personas que recordamos en una memoria que suscita nuestra oración y una reflexión sobre el sentido de la vida y de la muerte. Mis hijos, irremediablemente, son conducidos a la intrascendencia ridiculizando extravagancias, ajenos al bien y al mal, mientras se instalan en la diversión y la frivolidad.

En 2008, Benedicto XVI propuso a los católicos vivir la ocasión de las fiestas de primeros de noviembre como un momento para meditar en la eternidad como alternativa a las fiestas que esos días se celebran con motivo de Halloween. De este modo el papa emérito nos invitaba a orientar la vida a los valores auténticamente cristianos, los que no perecen.

Y es que la importación cultural de Halloween en torno a la brujería y a los fantasmas se ha reducido a una excusa más para organizar fiestas y pasarlo bien. Halloween puede ahogar en la frivolidad, esto es lo grave, una tradición cristiana que conecta con algo radical de nuestra vida: nuestro pasado –lleno de aquellas personas que han pasado por nuestra vida y nos han hecho enriqueciéndonos con su legado- y nuestro futuro –llamado a la eternidad-.

La tradición cristiana de estos días en los que hacemos memoria de nuestros santos y nuestros difuntos es más antigua que esta invasión de calabazas que, de hecho, tiene su origen en la tradición cristiana.

No se trata de huir del mundo, se trata de estar en el mundo desde nuestra identidad más profunda, y estar en el mundo desde lo que creemos y esperamos. Por ello no vamos a “demonizar” –esto les encantaría a los más fervientes seguidores de Halloween- estos juegos y divertimentos pero sí quisiéramos invitaros a tomar en consideración la propuesta de Benedicto XVI, hacer de estas fechas “días de eternidad”. Esta bien distraerse como distracción simplemente, pero pongamos el corazón, valores, estilo, aspiraciones,... en donde está llamado a estar, en la eternidad.


Sin dejar de mirar el futuro con esperanza –la eternidad-, estamos llamados en estos días a mirar hacia atrás y hacia adentro. En nuestra cultura miramos hacia el futuro, pero nos cuesta mirar al pasado. ¿Por qué la Iglesia nos invita a recordar a las personas que ya no están entre nosotros? La Iglesia, desde siempre se ha preocupado por mantener viva la memoria de los mártires y de personas cuyas vidas dejaron huella en la comunidad. Y es que gran parte de lo que somos se lo debemos a muchas personas que nos han precedido y que nos han transmitido conocimientos, cultura, fe, amor,… Estos días son un momento privilegiado de traer a la memoria a alguna de esas personas especiales que han marcado nuestras vidas, darle gracias a Dios por ellas y pedir en oración que gocen de la gloria y la eternidad a la que todos estamos llamados.

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