En las últimas jornadas del Año de la Fe proponemos la figura de San José como hombre de fe. San José inspira la Congregación, la obra y el estilo de los Josefinos a quienes está encomendado el cuidado pastoral de la parroquia y, conscientes de su protección e inspiración queremos profundizar en este icono de la fe. |
José vive su fe en búsqueda.
Sin esperarlo, José se ve metido en una historia que no era suya. No se le ocurre escabullirse, ni abandonar, huir o revelarse,… Se imponen signos nuevos que no entiende y él espera y trata de entender,… está en búsqueda. Para entender los nuevos signos, para leer su situación a la luz de Dios, de su voluntad, José necesita ayuda. Y con humildad y sencillez acoge la revelación y la ayuda del ángel del Señor. José ha tenido que desarrollar mucho su confianza, su fe, su abandono, para ponerse en las manos de Dios y acoger su plan.
La fe que mueve a José
Dios llama a José, no a hacer cosas, sino a acoger a Dios, su plan, a hacer la experiencia de Dios en su casa, en su existencia, en su proyecto vital. Esa acogida hace que se ponga en marcha, esa experiencia le lleva donde no soñó siquiera ir,… y allí donde va hace la experiencia, se encuentra con Dios. José, podemos decir, vive para creer o cree para vivir. La fe es el pan que siempre estuvo en la mesa de su vida, cada día.
“El Justo que vive de la fe”
San José es “el justo que vive de la fe” del que habla el apóstol Pablo tomando la referencia del profeta Habacuc. Es el justo que vive de la fe, de la vivencia de la fe, por el abandono en manos de Dios, por la entrega total a él en cada momento. San José iba de fe en fe. Porque esa es la fe en Dios: una actitud ininterrumpida de confianza y abandono total en Dios, en sus planes, en sus caminos, en sus palabras, en su modo de proceder con nosotros, aunque desde la lógica humana parezca absurdo y disparatado. En San José se hace viva la plena adhesión a Dios, creyendo ciegamente en él, con toda confianza. José peregrina en la fe, desprotegido, viviendo a la intemperie, va aprendiendo, unas veces poco a poco, y otras golpe a golpe, a recorrer los caminos nuevos de Dios.
Fe en medio de la prueba
La fe de San José se hace icono para nosotros, es paradigma de nuestra fe vivida día a día y probada día a día. San José hace experiencia de fe especialmente en las dificultades, contrariedades y peligros. San José confirma la fe con hechos, porque aunque no nos consta lo que dijo san José, sí sabemos lo que hizo. Su esposa María está encinta y él entra en una noche oscura terrible: ¿qué hago?, ¿la abandono en secreto?,…? Al mismo tiempo que se agolpan estos pensamientos, confía en su Dios. Él sabe y cree firmemente que Dios no abandona al que confía en él, confía en Dios que nunca defrauda. Y estando en esos pensamientos vino el ángel del Señor a dar respuesta a su fe en su Dios: “José, hijo de David, no temas tomar a María, tu mujer, en tu casa, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo”.
Fe y obras
Otra prueba más: el Señor le pide que huya a Egipto con su mujer y el Niño, porque Herodes quiere matarlo. Ante esta orden de Dios, se pone en marcha sin pérdida de tiempo, tomó a su mujer y al Niño y se encaminó a Egipto, confiando únicamente en Dios y permaneció unos años en Egipto, viviendo de una fe total. No pensó en las dificultades, porque la fe las supera todas. Su confianza en Dios le hace vivir seguro, tranquilo, alegre con María y Jesús.
Cuidar apasionadamente de las cosas de Dios
José, sobre todo, es el hombre que cuida el misterio, el misterio que tiene entre sus manos y se le ha entregado para cuidarlo, para hacerse cargo de él desde el cariño. Y José que cuida el misterio, lo contempla y se pone a su servicio, al servicio del plan de Dios.
La vida se ilumina a la luz de este misterio con el que éll convive y que se hace algo natural en él y con él. Y ese misterio ilumina sus pasos, sus decisiones, su orientación, sus prioridades,…
En el largo periodo de la vida oculta en Nazaret, el evangelista San Lucas solo relata un hecho en el que aparece valerosa y entera su confianza en Dios, cuando pierden al Niño Jesús en el templo a la edad de 12 años. Cuando le encuentran entre los Doctores de la ley, después de una búsqueda muy angustiosa y dolorosa de tres días, su madre le dice dulcemente: Pero, hijo, ¿cómo has hecho esto con nosotros? Tu padre y yo te buscábamos llenos de dolor. Y ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que tengo que estar en las cosas de mi padre? Y ellos no comprendieron la respuesta que les dio. Pero creyeron y aceptaron las palabras del Hijo. Confiaron plenamente en él y volvieron con él a Nazaret. María y José cuidaron con pasión y entrega de ese Niño en el que se revelaba el Misterio de Dios. Jamás hubieran soñado tenerle tan cerca, tan suyo, tan dentro,… y no es difícil imaginar con qué esmero y cuidado, con qué entusiasmo y entrega se ocuparían de él. Jesús debía ocuparse de las cosas de su Padre, ellos se ocupaban también ocupándose de él. La cercanía a la Luz del mundo y a la plenitud del Amor le modelan de tal forma por dentro que queda abierto y silencioso a la escucha y confiado hasta el final.
Siempre en vela
José, el hijo de Jacob, “el soñador” como le llamaban sus hermanos, también soñó la salvación para sus hermanos, para su pueblo y en el transcurrir de los acontecimientos –que no se pusieron para nada “de cara”- fue capaz de vislumbrar y otear la intervención liberadora de Dios a favor de su Pueblo. Este José de Jacob, ascendiente de San José, es figura del esposo de María, del padre terreno de Jesús, que mientras hace camino, está en vela, sueña; y en los sueños descubre el querer de Dios que siempre se le acaba manifestando velando en sueños. Y durante el día hace realidad sus sueños, dejando que Dios intervenga, que su querer expresado en signos y mensajes se vaya abriendo paso en su vida y marcando el sendero de su existencia.
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