San Juan de la Cruz


Celebramos a san Juan de la Cruz, el hombre providencial que ayudó a santa Teresa de Jesús en la renovación de la Orden carmelitana. Pero Juan de la Cruz no es solo el padre y maestro espiritual del Carmelo Teresiano, sino que es doctor de la vida cristiana a través de sus escritos, llenos de poesía y de unción del Espíritu Santo. Sus libros: Subida del Monte Carmelo, Noche oscura, Cántico espiritual y Llama de amor viva le han merecido el título de doctor de la Iglesia y un puesto de honor entre los escritores místicos de todos los tiempos. Nació en Fontiveros el año 1542; ingresó en el Carmelo a los 21 años. Para llevar adelante la reforma de los carmelitas hubo de soportar muchos padecimientos. Murió en Úbeda (Jaén) en la noche del 13 de diciembre de 1591.


Este dibujo del Crucificado de San Juan de la Cruz
inspiró el famoso Cristo de Dalí
El místico más puro y de expresión poética más intensa de la literatura española nació el 24 de junio de 1542 en Fontiveros (Ávila, España). Pasó la niñez en la pobreza y la juventud en el duro trabajo. En 1551, emigró con su familia a Medina del Campo, donde comenzó su formación cultural y profesional, mientras se desempeñaba como recadero en el Hospital de las Bubas.

Su deseo de honrar a la Santísima Virgen María determinó su opción por la Orden de Nuestra Señora del Carmen. En 1563, a los veintiún años, ingresó al Carmelo de Medina y vistió el hábito con el nombre de fray Juan de Santo Matía, profesando al año siguiente. El año de 1567 es particularmente significativo en el calendario sanjuanista; en julio recibió la ordenación sacerdotal en Salamanca y en agosto cantó su primera misa. En septiembre-octubre tuvo su primer encuentro con la Madre Teresa de Ávila, quien lo conquistó para su reforma. Al concluir en 1568 sus estudios de Teología en Salamanca, regresó a Medina para explorar con la Santa los planes reformatorios.

En su vida sacerdotal el Padre Juan “soportó tribulaciones y cárceles con heroica paciencia”, relatan quienes vivieron cerca de él. En enero de 1576 fue llevado preso a Medina del Campo y liberado poco después. El 2 de diciembre de 1577 fue nuevamente apresado por los Calzados de Ávila y permaneció nueve meses en la prisión conventual de Toledo.

En julio de 1591, el Provincial Nicolás Doria lo destinó para viajar a Nueva España (México); pero en septiembre de ese año cayó enfermo y salió para Úbeda, donde pasó los últimos meses de su vida. La noche del 13 al 14 de diciembre murió santamente, a los 49 años de edad. Beatificado el 15 de enero de 1675, fue canonizado el 27 de diciembre de 1726 y declarado Doctor de la Iglesia el 14 de agosto de 1926.

La obra de san Juan de la Cruz desborda imágenes que transforman la naturaleza en símbolos para comunicar una experiencia espiritual inefable. Sus enseñanzas se centran en la reconciliación de los seres humanos con Dios a través de una serie de pasos místicos que inician con la renuncia a las distracciones del mundo. Ofrece así un mensaje estimulante y seguro, perennemente válido, en la envoltura típica del Siglo de Oro español.

Según Dámaso Alonso, San Juan de la Cruz es el más grande poeta lírico de la lengua española. Su producción poética es escasa. Pero ella concentra todo el vigor de la fascinación. Cada verso, cada estrofa es un milagro de la palabra. Como si este hombre, ajeno al mundo, tuviera inteligencia plena de las oscuridades del corazón. Cada frase es un mundo nuevo en ebullición. El sortilegio domesticado por el hombre.

El Cántico Espiritual es su poema de más envergadura. Doscientos versos en cuarenta estrofas iguales. Están recortadas una a una, cada una con mundo propio. Los cinco versos se compenetran y envuelven uno en otro, lleno de vida personal, como si el poeta hubiera realizado la labor artesanal de poner en cada uno su alma al darle vida. Gesto determinante de su calidad artística. El instinto musical ha guiado el poema del principio al fin. Música secreta de matices imperceptibles, conducen la palabra en cada paso del camino. El viento impetuoso del Espíritu, escondido en las ramas de los árboles, pone a cantar la música callada del corazón. Canto que trasmuta en dicha aún la pena más recóndita del egoísmo. Es la fortaleza plástica de quien conoce a perfección el material con que trabaja. El cántico Espiritual es un canto de amor. Es la preocupación que lo inspira, lo dirige, lo lleva a su culminación. El amor, que es a la vez realismo existencial, vibración estética, pensamiento condensado, experiencia mística. El lector que sabe establecer sintonía con el poema, se siente sobrecogido como si una atmósfera familiar lo ubicara en el puesto exacto que el corazón ha buscado en vano con afán. Es el hogar como fuego, calor, acogida, dicha y fecundidad sin contornos. La música secreta que sostiene el poema penetra por los intersticios del cuerpo y del alma como efluvio embrujado. El lector que así se instala comienza a entender lo que es estar loco de amor, no porque se pierde la cabeza, sino porque se alcanza la máxima lucidez y equilibrio.

La salud del hombre es el amor. El amor de Dios. “Cuando no tiene cumplido amor, no tiene cumplida salud, y por eso está enfermo. Porque la enfermedad no es otra cosa sino falta de salud, de manera que cuando ningún grado de amor tiene, está muerto; mas cuando tiene algún grado de amor de Dios, por mínimo que sea, ya está vivo, pero está muy debilitado y enfermo por el poco amor que tiene; pero cuanto más amor se le fuere aumentando, más salud tendrá, y cuando tuviere perfecto amor, será su salud cumplida”. Por eso canta anhelante “Descubre tu presencia –y máteme tu vista y hermosura; -mira que la dolencia –de amor, que no se cura –sino con la presencia y la figura”. (Estrofa 11; 11,11).

San Juan de la Cruz vierte a un lenguaje de sortilegio el mensaje bíblico. El cantar de los cantares adquiere aquí su máxima expresión. Dios es amor. Todo lo crea por amor. El hombre es criatura de amor. Su felicidad no es otra que amar. Buscar el amado es su vocación. Amante y amado son la misma cosa. Dios “que es aquí el principal Amante” (31,2), es amado por el hombre. El hombre, que es amado de Dios, es el amante que “busca con gemido” a Dios. “El amante no puede estar satisfecho si no siente que ama cuanto es amado” (38,3), “porque de Dios no se alcanza nada si no es por amor” (1,13).

Criatura de amor, el hombre está hecho para amarlo todo y dejar su huella de amor en la creación. Donde hay amor hay comunidad. Es la obra del Espíritu en el hombre. Es lo que la Biblia dice. Y lo que canta S. Juan de la Cruz.

Tomado de: Portal Carmelitano











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