Si el mandamiento del amor es el corazón de la nueva ley del Evangelio, el amor a los enemigos supone su expresión más radical. Amar al enemigo sea, posiblemente, lo más genuino y diferencial del comportamiento cristiano, de la ley evangélica; que va más allá de toda propuesta moral o estilo de vida; que pone a prueba la autenticidad de nuestra fe. |
Amar a los enemigos es la capacidad de descubrir en nuestros enemigos a nuestros hermanos, hijos del mismo Padre –recordemos que hacer la experiencia del Padre es el núcleo y razón de ser de la nueva ley evangélica-.
Amar a los enemigos es desterrar de nuestro corazón el odio. No “odiar de corazón a tu hermano” significa que, aunque surjan en nosotros sentimientos negativos -como cuando nos sentimos injustamente tratados, ofendidos, etc.- no debemos permitir que ese sentimiento de odio se instale en nuestro corazón, que dirija nuestros pensamientos y acciones.
Amar a los enemigos es entender que la venganza sólo genera un dinámica diabólica y creciente que sólo podemos romper desde un acto de positivo perdón, responder al mal con el bien.
Amar a los enemigos es, ante todo, el amor más simple llevado al extremo. Es la afirmación del otro en cuanto tal; empezando por el profundo respeto que toda persona debe despertarnos.
Amar al enemigo significa renunciar a instalarse en el odio, que conlleva la negación del otro y que va desde ignorarlo y excluirlo hasta su destrucción.
Amar al enemigo es ir más allá incluso, y mirar al otro, también al enemigo, con los ojos de Dios, descubriendo en él a un hermano y compañero de camino, a alguien que está sentado a la mesa del Padre a mi lado y con quien comparto un sueño común, el sueño de Dios
Amar al enemigo sea, posiblemente, lo más genuino y diferencial del comportamiento cristiano, de la ley evangélica; que va más allá de toda propuesta moral o estilo de vida; que pone a prueba la autenticidad de nuestra fe.
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