El pasado 15 de Junio el Papa centró su catequesis en “la familia ante el luto de la muerte” dejándonos una preciosa perla más a la que nos tiene acostumbrados. Escogemos algunos fragmentos que nos ayuden a iluminar esta experiencia que, como dice el Papa, afecta a todas las familias en uno u otro momento.
"La muerte es una experiencia que afecta a todas las familias, sin excepción…sin embargo, cuando toca a alguno de los nuestros, nunca parece natural”.
“Para los padres la pérdida de un hijo o una hija …es una bofetada a las promesas, a los dones, a los sacrificios que se hicieron con alegría por quienes se dio a luz. Toda la familia se queda anonadada, muda. Y algo parecido sufre también el niño que se queda solo, por la pérdida de alguno de sus padres, o de los dos. El precipicio del abandono que se abre en él es todavía más angustioso porque no tiene ni siquiera la experiencia para “dar un nombre” a lo sucedido. En estos casos la muerte es como un agujero negro que se abre en la vida de las familias y no sabemos darle ninguna explicación. Y a veces llegamos a echarle la culpa a Dios”.
"¡Cuántos -y yo los entiendo- se enfadan con Dios, blasfeman:”¿Por qué me has quitado a mi hijo, a mi hija?” ”¡No hay Dios, Dios no existe! ¿Por qué me ha hecho esto?” Pero esa rabia es la que sale del corazón por un dolor tan grande; la pérdida de un hijo, de una hija, del padre o la madre es un dolor enorme…En esos casos, la muerte es casi como un agujero”.
"La muerte (física) tiene “cómplices” que son todavía peores que ella y se llaman odio, envidia, orgullo, avaricia. Es decir, el pecado del mundo que trabaja para la muerte y la hace todavía más dolorosa e injusta. Los afectos familiares aparecen como las víctimas predestinadas e inermes de estas potencias auxiliares de la muerte, que acompañan a la historia del hombre. Pensemos en la “normalidad” absurda con la que, en ciertos momentos y en ciertos lugares, los eventos que añaden horror a la muerte están causados por el odio y la indiferencia hacia los demás seres humanos. ¡Que el Señor nos libre de acostumbrarnos a ello!”.
“Muchas familias demuestran con hechos que la muerte no tiene la última palabra…Cada vez que la familia en luto, incluso en lutos terribles, encuentra la fuerza de mantener la fe y el amor que nos une a los que amamos impide, ya desde ahora, a la muerte que se lleve todo. Hay que hacer frente a la oscuridad de la muerte con una labor más intensa del amor. A la luz de la Resurrección del Señor, que no abandona a ninguno de los que el Padre le ha confiado, podemos quitar a la muerte su “aguijón”, como dice el apóstol Pablo, podemos impedirle que nos envenene la vida, que anule nuestros afectos, que nos haga caer en el vacío más oscuro. En esta fe, podemos consolarnos unos a otros, sabiendo que el Señor ha vencido a la muerte de una vez por todas. Nuestros seres queridos no han desaparecido en la oscuridad de la nada: la esperanza nos asegura de que están en las manos buenas y fuertes de Dios. El amor es más fuerte que la muerte”.
“Si nos dejamos sostener por esta fe, la experiencia del luto puede generar una solidaridad más fuerte que los lazos familiares, una nueva apertura al dolor de las otras familias, una nueva fraternidad con las familias que nacen y renacen en la esperanza”.
Recordando el relato evangélico, cuando Jesús resucita al hijo de la viuda lo restituye a su madre. "Esa es nuestra esperanza: Jesús nos restituirá a todos nuestros seres queridos que se han ido, nos los restituirá y volveremos a estar con ellos. Tenemos que acordarnos de ese gesto de Jesús… porque así hará el Señor con los seres queridos de nuestra familia. Esta fe nos protege de la visión nihilista de la muerte, así como de los falsos consuelos del mundo, para que la verdad cristiana “no corra el peligro de mezclarse con mitologías de vario tipo, cediendo a los ritos de la superstición, antigua o moderna”.
“No hay que negar el derecho a llorar; Jesús también “se echó a llorar” y se “conmovió profundamente” por el grave luto de una familia que amaba. Nos puede ayudar también el testimonio sencillo y fuerte de tantas familias que, en el durísimo pasaje de la muerte han sido capaces de captar también el paso seguro del Señor, crucificado y resucitado, con su promesa irrevocable de la resurrección de los muertos. La obra del amor de Dios es más fuerte que la labor de la muerte. Y de ese amor tenemos que ser “cómplices”… con nuestra fe…”.
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