El episodio del Evangelio de este Domingo contrapone dos personas: el fariseo y la mujer pecadora. El fariseo recibe a Jesús en su casa con corrección pero fríamente; no tiene con Jesús aquellos detalles que darían calidez a su acogida. En cambio la mujer pecadora sí que muestra estos detalles, y lo hace en una casa ajena y a la vista de todos. El fariseo lanza una mirada de recriminación hacia la mujer.
Jesús propone entonces una parábola para hacer pensar al fariseo en un ámbito diferente del que se encuentra: la deuda contraída por dos hombres. Ciertamente que al perdonarles las deudas el más agradecido será aquel a quien se le ha perdonado más dinero. Lo mismo en la relación con Dios: las personas más agradecidas serán aquellas que más han podido experimentar la bondad y la misericordia de Dios. Los autosuficientes y los no creyentes —que nada esperan recibir de Dios— no mostrarán ningún tipo de agradecimiento.
Jesús acaba poniendo en relación el perdón con el amor: el amor es causa de perdón, y el perdón es causa de amor.
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Lucas 7, 36-8, 3
En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume.
Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: – “Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora”.
Jesús tomó la palabra y le dijo: – “Simón, tengo algo que decirte”. Él respondió: – “Dímelo, maestro”. Jesús le dijo: – “Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?”
Simón contestó: – “Supongo que aquel a quien le perdonó más”.
Jesús le dijo: – “Has juzgado rectamente”.
Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón:
– “¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama”.
Y a ella le dijo:
– “Tus pecados están perdonados”.
Los demás convidados empezaron a decir entre sí: – “¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?”
Pero Jesús dijo a la mujer: – “Tu fe te ha salvado, vete en paz”.
Después de esto iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.
Fijémonos en los personajes de la escena evangélica :
La pecadora tiene claro que no ha llevado una vida correcta: ha sido perdonada por Dios y, por tanto, le está agradecida. Jesús, como si le recitara un poema, expresa este agradecimiento de la mujer: Me ha bañado los pies con lágrimas y los ha secado con sus cabellos. No ha dejado de besarme los pies. Ha derramado perfume sobre mis pies.
Simón el fariseo representa los que están seguros de que, si el mundo funciona mal, no es por su culpa, sino por culpa de toda esta chusma de pecadores que están completamente equivocados. Simón no da tanta importancia al hecho de ser pecador perdonado, sino al de ser conocedor de la legalidad, de tener todos los papeles en regla: no tener culpa, aunque sea con poco amor.
Jesús es el maestro del perdón. Ilustra los sentimientos del que ha experimentado el perdón con una parábola donde queda claro que el perdón pasa por tres momentos: el regalo del amor de Dios que ensancha el corazón; la rectificación y superación de la desviación; el agradecimiento.
Ante esta escena se impone el gesto de acercarse a Dios en acción de gracias, al margen de amenazas, inseguridades o infravaloraciones,… que a menudo vienen también de nosotros mismos. Él te ha acogido y perdonado, te valora. Muéstrale tu afecto y pídele entrar en su Misericordia.
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