Homenaje a la mediana edad


Casi el 60% de nuestros seguidores tenéis entre los 35 y los 55 años de edad, ese tramo de la vida que podemos denominar “la mediana edad”. Y hoy me gustaría, al tiempo que haceros un homenaje, compartir una reflexión sobre los 45 que cumpliré en unos días. Os adelanto que este momento me inspira una invitación a vivir la segunda mitad de la vida con una mayor hondura y densidad.





A esta etapa, que cada cual le ponga un tramo de años, le llamamos a veces “la flor de la vida”, “la madurez”, “plenitud”, “edad adulta”,… Y entre las distintas etapas vitales, podemos decir que se trata de la más tranquila, previsible y manejable.

A los 40 parece que todo lo tenemos asentado, tenemos la sensación que ya hemos desarrollado sustancialmente nuestra identidad, que hemos conquistado nuestra autonomía y que tenemos claro a quién amar, con quién compartir la vida y en qué espacios queremos realizarnos como personas. Aparecen también conflictos, desgastes, demandas,… que iremos afrontando desde nuestras convicciones más profundas, nuestro proyecto vital, nuestros valores y nuestras vinculaciones.

En los 40, hay quien no se lleva nada bien con su cuerpo. Le exige que tenga la misma vitalidad, aguante, agilidad y belleza que años atrás. ¡Si dejásemos hablar a nuestro cuerpo, seguro que se dolería por lo injustos que estamos siendo con él! Y, además, no seamos ingenuos, nuestro declinar biológico comenzó hacia los 25 años; y seamos justos, nos ha dado lo mejor de sus capacidades hasta ahora y comienza a manifestarnos algunos signos de desgaste.

Nos debemos un ejercicio de sereno realismo: nuestro cuerpo comienza una progresiva desaceleración de la velocidad del sistema nervioso que ralentiza nuestros impulsos (leemos, hablamos, pensamos, caminamos... más lentamente) y comenzamos a tener una menor resistencia, nos recuperamos más lentamente de los sobreesfuerzos. Va llegando la hora de no ajustar tanto la vida a nuestras expectativas y empezar a respetar el ritmo que nos reclama. Hazte un favor, escucha a tu cuerpo, ¡seguro que te está pidiendo insistentemente menos estrés!

Se impone la testaruda realidad que nos pide un cambio de ritmo más realista y ajustado a nuestra salud. Es lo que tiene la edad, que nos vamos haciendo más responsables de nuestra vida y nos resulta cada vez más difícil no mirar con mayor realismo nuestra verdad.

El 4 delante de otro dígito en nuestra edad reclama de nosotros la gratuidad, nos exige una vez más ser realistas y nos recuerda lo mucho que hemos recibido. Es un ejercicio precioso que te invito a hacer este verano pausadamente. Haz un recorrido por tu biografía, incluso pinta una gráfica donde aparezcan las cumbres y los valles. Escribe los nombres de los que han estado junto a esas gráficas, dentro de esas líneas, escribiendo contigo tu historia. Y entra en tu corazón, en ese rincón íntimo que sólo lo habita Dios que ha impulsado e inspirado tu devenir y es la garantía de tu esperanza, de que aún “lo mejor está por llegar”. Contemplar con gratuidad nuestro pasado y proyectarnos en el futuro con esperanza nos ayudará, sin duda, a encajar con deportividad nuestras limitaciones, fracasos, renuncias, contradicciones,… y a unificar nuestro corazón, a plantearnos con sensatez cómo queremos vivir nuestros días.

Pero, mientras que en la primera mitad de la vida miramos más hacia atrás, hacia los años vividos, en la segunda mitad de la vida se impone empezar a mirar hacia los años que nos quedan por vivir. Se puede hacer este proceso con sabiduría y serenidad, asumiendo mi calendario vital y revisando con lucidez mi vida, mis proyectos y mi fe, para seguir dándoles un sentido esperanzado. O puedo incomodarme y revolverme sin querer escuchar lo que mi cuerpo, mi edad y la pura realidad me sugieren. Huir es absurdo porque por mucho que me empeñe me terminaré encontrando a la vuelta de la esquina con la insatisfacción, la angustia o la ansiedad que me tocará los hombros.


La llamada “crisis de los cuarenta” es momento de entrar en el corazón de la vida, mirarla de frente y asumir otro desafío más, diferente de los que he vivido hasta ahora, para vivir este trance con paz, sin grandes dramatismos. Pero debo estar atento y ser sincero; es posible que genere espontáneamente mecanismos de respuesta que he ido consolidando hasta ahora: la autosuficiencia que me lleva a desoír los avisos de mis cansancios, la dejadez que me lleva a aparcar sin escucharlas las propias insatisfacciones, la hiperactividad en huida hacia delante que me lleva a pisar el acelerador para ir a mayor velocidad y evitar encontrarme con mis limitaciones, puedo tratar de pasar de puntillas, esquivando esta situación complicada sin aprovechar esta ocasión para implicarme en mi futuro con esperanza, y puedo encerrarme en mí mismo, y vivir como rivales a los jóvenes que me recuerden que ya no lo soy y evitar acercarme demasiado a los mayores que me recordarán el progresivo deterioro y limitación que algún día también yo padeceré,… ¿Cómo afrontarán el tránsito los intensos, los controladores, los pasaos, los rayaos, los pesimistas, los idealistas, los perfeccionistas,…? ¡no quiero ni pensarlo!

El desafío que me presenta este momento vital me exige una valoración hecha desde el saberse querer –autoestima-, desde los logros y éxitos que he conseguido y ahora estoy llamado a capitalizar, desde la generosidad del que sabe que el fruto está a la sazón y ahora puedo dar, de verdad, mis mejores resultados, que es el mejor de los momentos para decidir con sensatez y sabiduría dónde quiero emplearme para dar lo mejor de mí mismo y encontrarme con mi mejor versión, con lo que cada uno y cada una estamos llamados a ser.


Está claro, nuestros segundos cuarenta años no pueden ser una simple continuidad o variante de los primeros cuarenta años, debemos esperar más de ellos con sensatez. Este momento reclama de nosotros un tiempo de recogimiento y de estar con uno mismo para poder releer nuestra historia, colocarla en su sitio y, más ligeros de equipaje, emprender una nueva etapa en la que, con realismo, con nuevos horizontes de sentido y una renovada ilusión, sigamos dando consistencia a nuestros días.

Es fundamental que dediquemos tiempo a encontrarnos con nosotros mismos, contactar con nuestro corazón y alimentar nuestra fidelidad con lo que somos, creemos y amamos. Trata de descubrir otras dimensiones de tu personalidad que todavía están por desarrollar. Identifica lo que hoy te llena de sentido y te ayuda a vivir, y qué proyectos siguen conectando con tus valores y cuáles han caducado. Es bueno que aliviemos nuestro corazón y le quitemos el peso del resentimiento y de esas heridas que están esperando sanar, la madurez nos hace encontrar el profundo sentido del auténtico perdón; ésta puede ser una buena oportunidad para reparar las heridas del pasado y alimentar el cariño.

Para los creyentes, esta etapa interpela también nuestra fe y cuestiona el protagonismo que damos a Dios en nuestra historia y hasta qué punto dejamos que nuestra vida esté afirmada, arraigada en Dios.
Dolores Aleixandre comenta que “hay que dejar de tomarse a uno mismo como dueño del propio destino, porque todo lo que es verdaderamente importante en la vida no se deja conquistar, sino sólo recibir” Esta mujer de Dios, nos da una sabia máxima que podría ser el tema que resonase en esta reflexión, que subrayo y con la que acabo: “allí donde terminan nuestras posibilidades, empiezan las de Dios




El camino de tiempo por el que huimos de la vejez y la muerte es el mismo camino que a ellas nos lleva. Es un video sobre la fugacidad de la vida y cómo debemos ser conscientes de que la vida es un ciclo que une generaciones en una sola historia.
El corto empieza con un bebe ante el que se presenta un anciano con aspecto decrépito provocando el espanto del bebé, que es George, el protagonista. George comienza su vida huyendo de esa imagen de la muerte y emprende al principio inseguro el camino y pronto se hace ufano con él. El corto nos presenta en un rápido ciclo cómo la persona evoluciona no sólo en su cuerpo sino en su modo de andar, de arrostrar la vida, el futuro y cómo poco a poco llega al punto del final de la vida del que le parecía estar huyendo. El corto no sólo es el efecto del paso del tiempo en la vida o la gracia de ver cómo crecemos sino que parece darnos un mensaje: la vida es un abrazo entre la muerte de unas generaciones y el inicio del camino de otras. Ambos momentos, muerte y nacimiento, están atados en un misterioso nudo de vida ante el cual, en cambio, tememos y huimos en la vida. El corto es una llamada al amor entre las generaciones, a mirar cara a cara al final de la vida, a cuidar de nuestros mayores (Comentario al Video de Fernando Vidal en www.panyrosas.es  

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