Por ello decimos que en el Concilio apareció esa humildad necesaria
para re-descubrir la novedad del Evangelio que no se da en quien ya lo sabe
todo y tiene todas las respuestas para cada cuestión.
El Vaticano II quiso ser más propuesta que respuesta, definirse más por
el aliento a todos que por la condena a algunos. Quiso mirar el mundo más con
los ojos iluminados por la gracia acogiendo este momento histórico como mundo
propio donde decir el Evangelio, pues este es universal no solo temporalmente
sino culturalmente.
Hay dos palabras que identifican este propósito. La palabra
“ressourcement” –retorno a las fuentes- y la palabra “aggiornamento”
–actualización- que fueron el santo y seña y no se deben reducir a simple
adaptación, sino más bien comprenderse como anuncio gozoso que Cristo dice a
cada tiempo y lugar. Traer y escoger de lo antiguo (la vuelta a las fuentes) encarnándolo
en lo nuevo (la nueva cultura).
Para esta tarea era necesario ir a la fuente principal de la vida
eclesial que es la misma Palabra de Dios que la Tradición conserva, defiende y
explicita, como apunta la Dei Verbum…. Sin la Palabra de Dios el hombre solo
escucha su propio eco mortal y el mundo se queda sin esperanza de la Palabra de
Dios sin la que la Iglesia no tiene nada especial que ofrecer al mundo.
Las metas que perseguía el Concilio estuvieron muy marcadas por el
liderazgo ejercido por Pablo VI que, siendo aún el Cardenal Montini, tras la
primera semana de sesiones del Concilo, junto al Cardenal belga Suenes, escribió
una carta al Secretario de Estado en la que denunciaba la falta de un plan
"orgánico, ideal y lógico del Concilio" y proponía que "el tema
unitario y comprensivo de este concilio" fuese la Iglesia. Por esto, en el
discurso que pronunció Pablo VI al comenzar la segunda sesión señaló cuatro
metas conciliares: profundización en la naturaleza de la Iglesia; renovación
interna de la Iglesia; reunión de los cristianos separados y diálogo de la
Iglesia con el mundo.
El Concilio finalmente contribuyó a un cambio profundo de la
cosmovisión cristiana, ya que fue el final de la contrarreforma, la
consagración de los movimientos eclesiales innovadores, el reconocimiento de
los valores de la modernidad y la aparición de una nueva conciencia de Iglesia.
Mensaje de los Padres del Concilio
El 20 de
octubre de 1962 –el concilio dio comienzo el 11 de octubre- los padres
conciliares –los 2.400 obispos reunidos en Asamblea- ofrecieron un mensaje al
Mundo en el que destacan las intenciones de la Asamblea Conciliar de la que
extractamos estos párrafos:
“Los dos problemas de mayor consideración que nos
proponen:
El Sumo Pontífice Juan XXIII, en el radiomensaje del
día 11 de septiembre de 1962, insistió en dos problemas:
Ante todo, lo que se refiere a la paz entre los
pueblos. No hay nadie en absoluto que no deteste la guerra; nadie, por el
contrario, que no ansíe la paz. Pero, ante todo, la paz es deseada por la
Iglesia, puesto que es madre de todos (…) Esta nuestra asamblea conciliar,
admirable por la diversidad de razas, de naciones y de lenguas, ¿no es un fiel
testimonio del común amor fraterno y no brilla como signo sensible de ese mismo
amor? Confesamos que todos los hombres de cualquier raza y nación, somos
hermanos.
En segundo lugar, el Sumo Pontífice inculca la
justicia social. La doctrina expuesta en la encíclica “Mater et Magistra”
demuestra con claridad que la Iglesia es absolutamente necesaria al mundo de
hoy para denunciar las injusticias y las indignas desigualdades, para restaurar
el verdadero orden de las cosas y de los bienes, de tal forma que, según los
principios del Evangelio, la vida llegue a ser más humana”
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