Vaticano II - (11) - El propósito del Concilio



El propósito del Concilio, en su inspiración inicial, en su desarrollo y como dinámica es situar la Iglesia como “oyente de la Palabra” y en diálogo con el mundo. De ahí que, muy lejos de los dos concilios anteriores (Trento y Vaticano I) que hicieron teología de un modo abstracto, preocupados por las definiciones precisas, claras y universales, el Vaticano II emplea un lenguaje bíblico, patrístico y simbólico, es decir, pastoral. Es un lenguaje que inspira, edifica e interpela.



Por ello decimos que en el Concilio apareció esa humildad necesaria para re-descubrir la novedad del Evangelio que no se da en quien ya lo sabe todo y tiene todas las respuestas para cada cuestión.

El Vaticano II quiso ser más propuesta que respuesta, definirse más por el aliento a todos que por la condena a algunos. Quiso mirar el mundo más con los ojos iluminados por la gracia acogiendo este momento histórico como mundo propio donde decir el Evangelio, pues este es universal no solo temporalmente sino culturalmente.

Hay dos palabras que identifican este propósito. La palabra “ressourcement” –retorno a las fuentes- y la palabra “aggiornamento” –actualización- que fueron el santo y seña y no se deben reducir a simple adaptación, sino más bien comprenderse como anuncio gozoso que Cristo dice a cada tiempo y lugar. Traer y escoger de lo antiguo (la vuelta a las fuentes) encarnándolo en lo nuevo (la nueva cultura).

Para esta tarea era necesario ir a la fuente principal de la vida eclesial que es la misma Palabra de Dios que la Tradición conserva, defiende y explicita, como apunta la Dei Verbum…. Sin la Palabra de Dios el hombre solo escucha su propio eco mortal y el mundo se queda sin esperanza de la Palabra de Dios sin la que la Iglesia no tiene nada especial que ofrecer al mundo.

Las metas que perseguía el Concilio estuvieron muy marcadas por el liderazgo ejercido por Pablo VI que, siendo aún el Cardenal Montini, tras la primera semana de sesiones del Concilo, junto al Cardenal belga Suenes, escribió una carta al Secretario de Estado en la que denunciaba la falta de un plan "orgánico, ideal y lógico del Concilio" y proponía que "el tema unitario y comprensivo de este concilio" fuese la Iglesia. Por esto, en el discurso que pronunció Pablo VI al comenzar la segunda sesión señaló cuatro metas conciliares: profundización en la naturaleza de la Iglesia; renovación interna de la Iglesia; reunión de los cristianos separados y diálogo de la Iglesia con el mundo.

El Concilio finalmente contribuyó a un cambio profundo de la cosmovisión cristiana, ya que fue el final de la contrarreforma, la consagración de los movimientos eclesiales innovadores, el reconocimiento de los valores de la modernidad y la aparición de una nueva conciencia de Iglesia.



Mensaje de los Padres del Concilio
El 20 de octubre de 1962 –el concilio dio comienzo el 11 de octubre- los padres conciliares –los 2.400 obispos reunidos en Asamblea- ofrecieron un mensaje al Mundo en el que destacan las intenciones de la Asamblea Conciliar de la que extractamos estos párrafos:
“Los dos problemas de mayor consideración que nos proponen:
El Sumo Pontífice Juan XXIII, en el radiomensaje del día 11 de septiembre de 1962, insistió en dos problemas:
Ante todo, lo que se refiere a la paz entre los pueblos. No hay nadie en absoluto que no deteste la guerra; nadie, por el contrario, que no ansíe la paz. Pero, ante todo, la paz es deseada por la Iglesia, puesto que es madre de todos (…) Esta nuestra asamblea conciliar, admirable por la diversidad de razas, de naciones y de lenguas, ¿no es un fiel testimonio del común amor fraterno y no brilla como signo sensible de ese mismo amor? Confesamos que todos los hombres de cualquier raza y nación, somos hermanos.
En segundo lugar, el Sumo Pontífice inculca la justicia social. La doctrina expuesta en la encíclica “Mater et Magistra” demuestra con claridad que la Iglesia es absolutamente necesaria al mundo de hoy para denunciar las injusticias y las indignas desigualdades, para restaurar el verdadero orden de las cosas y de los bienes, de tal forma que, según los principios del Evangelio, la vida llegue a ser más humana”





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