Nos unimos a nuestros sacerdotes en la MISA CRISMAL


Mañana, Martes Santo, a las 12:00 en la catedral de la Almudena, se celebrará la Misa Crismal. El Papa la celebrará en Roma el Jueves Santo por la mañana. El Obispo con todos sus sacerdotes consagra el Santo Crisma y los demás óleos. Todos los sacerdotes, en comunión y con su obispo, renuevan las promesas sacerdotales de su ordenación cada año en esta Eucaristía con un sabor tan especial. Nos unimos a Mariano, Pepe y Juan Carlos en este precioso día para ellos y, aunque no podamos estar en la Almudena, nos unimos en la oración.



El Jueves Santo, como sucederá en Roma, es el día establecido para celebrar esta solemne liturgia. Por razones pastorales, dado que es difícil un día como el Jueves Santo congregar a todos los presbíteros de la diócesis por sus dedicaciones pastorales en sus respectivas parroquias, en Madrid se celebra el Martes Santo.

Precisamente en su origen, la bendición de los santos óleos y del sagrado crisma parece que se hacía durante la Cuaresma, y no el Jueves Santo. Haberla fijado en este día no se debe al hecho de que el Jueves Santo sea el día de la institución de la eucaristía y del sacerdocio, sino sobre todo a una razón práctica: poder disponer de los santos óleos, sobre todo del óleo de los catecúmenos y del Santo Crisma, para la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana durante la Vigilia Pascual.

La Misa Crismal la celebra el obispo con todos los presbíteros y diáconos de su diócesis. La Misa Crismal es una de las principales manifestaciones de la comunión estrecha de los presbíteros con el obispo. En dicha misa se consagra el Santo Crisma y se bendicen los óleos de los catecúmenos y de los enfermos. Esta solemne liturgia se ha convertido en ocasión para reunir a todo el presbiterio alrededor de su obispo y hacer de la celebración una fiesta del sacerdocio en la que los sacerdotes –también asistirán Mariano, Pepe y Juan Carlos- renuevan sus promesas y compromisos sacerdotales tras la Homilía.

Pero centrémonos en el crisma. La palabra “crisma” proviene de latín “chrisma”, que significa “unción”. Así se llama ahora al aceite y bálsamo mezclados que el obispo consagra en esta misa. Con esos óleos serán ungidos los nuevos bautizados y se signará a los que reciben el sacramento de la Confirmación. También son ungidos los obispos y los sacerdotes en el día de su ordenación sacramental. Así pues, el Santo Crisma, es decir el óleo perfumado que representa al mismo Espíritu Santo, nos es dado junto con sus carismas el día de nuestro bautizo y de nuestra confirmación y en la ordenación de los sacerdotes y obispos.
La liturgia cristiana ha aceptado el uso del Antiguo Testamento, en el que eran ungidos con el óleo de la consagración los reyes, sacerdotes y profetas, ya que ellos prefiguraban a Cristo, cuyo nombre significa "el ungido del Señor".

Con el óleo de los catecúmenos se extiende el efecto de los exorcismos, pues los bautizados se vigorizan, reciben la fuerza divina del Espíritu Santo, para que puedan renunciar al mal, antes de que renazcan de la fuente de la vida en el bautizo.

El óleo de los enfermos, cuyo uso atestigua el apóstol Santiago, remedia las dolencias de alma y cuerpo de los enfermos, para que puedan soportar y vencer con fortaleza el mal y conseguir el perdón de los pecados. El aceite simboliza el vigor y la fuerza del Espíritu Santo. Con este óleo el Espíritu Santo vivifica y transforma nuestra enfermedad y nuestra muerte en sacrificio salvador como el de Jesús.

El crisma se hace con óleo y aromas o materia olorosa. Su consagración corresponde exclusivamente al obispo.

Tras la renovación de las promesas sacerdotales se llevan en procesión los óleos al altar donde el obispo los puede preparar, si no lo están ya. En último lugar se lleva el Santo Crisma, portado por un diácono o un presbítero. Tras ellos se acercan al altar los portadores del pan, el vino y el agua para la eucaristía. El obispo recibe los óleos. La misa prosigue como una misa concelebrada normal.


Tras el “Santo”, antes de la consagración se bendicen el óleo de los enfermos y tras la oración después de la comunión se bendice el óleo de los catecúmenos y se consagra el Santo Crisma. Aunque normalmente todos estos ritos se hacen hacer tras la Oración de los Fieles.

En la procesión de salida, los óleos serán llevados inmediatamente después de la Cruz hasta la sacristía de la catedral desde donde se distribuye a todos los sacerdotes que han participado en la Eucaristía para que los trasladen a sus parroquias. De este modo con la novedad de la Pascua, en la Vigilia Pascual que es una celebración bautismal, se pueden utilizar el crisma y los óleos recién consagrados.








En esta celebración se proclama el evangelio de S. Lucas (Lc. 4,16-21) en el que Jesús se presentó por vez primera ante los de su pueblo, reunido en la sinagoga, y les leyó el texto mesiánico del libro del profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido y me ha enviado anunciar el evangelio a los pobres...” Después de leerlo, dice el evangelio, que se sentó y empezó a hablarles. Todos tenían los ojos fijos en Él. Y Él entonces les dijo: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oir”

Con este precioso extracto de la Homilía del Obispo de Getafe en la celebración de la Misa Crismal nos unimos a nuestros sacerdotes Mariano, Pepe y Juan Carlos y les deseamos que esta celebración vibren emocionados y el Espíritu les impulse nuevamente en su misión con renovado entusiasmo.

Queridos hermanos sacerdotes, antes de renovar vuestras promesas sacerdotales, os invito a revivir aquel momento, que marcó vuestra vida para siempre, el momento de vuestra ordenación sacerdotal en el que vosotros también pudisteis decir: el Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido sacerdote suyo, ministro suyo, enviado suyo, para anunciar el evangelio a los pobres. Y os invito a repetir con Cristo: Hoy se ha cumplido y, por la misericordia de Dios, se sigue cumpliendo esta Escritura que acabáis de oír.
El Papa Benedicto XVI recordaba a los sacerdotes, en la homilía de la Misa Crismal del año pasado, los signos de la ordenación sacerdotal y fijándose en el momento en que las manos del sacerdote son ungidas con el santo Crisma, signo del Espíritu Santo y de su fuerza, se preguntaba: ¿por qué son ungidas las manos? ¿por qué precisamente las manos?. Y él mismo nos daba la respuesta: la mano del hombre es el instrumento de su acción, es el símbolo de su capacidad de afrontar el mundo, de ”dominarlo”. Pues bien, el Señor nos impuso las manos y ahora quiere nuestras manos para que nuestras manos se transformen en la suyas. Quiere que ya no sean instrumento para tomar egoístamente las cosas, o para dominar a los hombres o para someter bajo nuestro control al mundo. Quiere nuestras manos y la unge con la fuerza de su Espíritu para que poniéndose al servicio del amor trasmitan a los hombres su toque divino. Ese toque divino del que hablaba S. Juan de la Cruz que “ a vida eterna sabe”…
…El Señor nos impuso las manos y nunca nos abandonará. El significado de este gesto queda explicado en las palabras de Jesús a sus discípulos, en la última cena: “Ya no os llamo siervos sino amigos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 5,15). El Señor nos hace sus amigos: nos lo da todo a conocer, nos encomienda lo más sagrado, nos invita a custodiar su presencia en la eucaristía y nos pide que actuemos en su nombre. No se nos puede dar más confianza. Verdaderamente podemos decir que Él se ha puesto en nuestras manos. Todos los signos esenciales de la ordenación sacerdotal son, en el fondo, manifestaciones de esa gran confianza que ha puesto en nosotros: la imposición de manos, la entrega del libro de su Palabra, que Él nos encomienda, la entrega del cáliz, con el que nos trasmite su misterio más profundo y personal, el poder de absolver, que nos hace tomar conciencia de la miseria del pecado y de toda la oscuridad del mundo y pone en nuestras manos la llave para abrir al pecador arrepentido la puerta de la casa del Padre. Todo es una inmensa prueba de confianza. Ya no os llamo siervos sino amigos. Este es lo que significa ser sacerdote. Este es el sentido profundo de nuestro ministerio: llegar a ser amigo de Jesucristo. Y amistad significa comunión de vida y de pensamiento. Amistad significa tener los mismo sentimientos de Cristo y no querer hacer otra cosa más que su voluntad. Vivir la amistad con Jesús es identificarse con su voluntad, es decir a los hombres lo que Él nos dice, es amar a los hombres como Él nos ama, es dar nuestra vida por los hermanos como Él la dio por nosotros en la cruz.
Corresponder a la amistad del Señor significa conocerle de un modo cada vez más personal, escuchándolo, viviendo con Él, estando con Él. Debemos escucharlo conociendo cada vez mejor la sagrada Escritura con una lectura y meditación continua, interior y espiritual, acudiendo a ella como acude el sediento a la fuente para calmar su sed. Así aprenderemos a encontrarnos con Jesús y a familiarizarnos con su palabra.
Los evangelistas nos dicen que el Señor, en muchas ocasiones, se retiraba al monte para orar a solas. También nosotros necesitamos retirarnos al monte de la oración. Así cultivaremos la amistad con el Señor. El simple activismo puede ser incluso heroico. Pero la actividad exterior queda sin fruto y pierde eficacia si no brota de una profunda e íntima comunión con Cristo. El tiempo que dedicamos a esto, nos dice el Papa, es realmente un tiempo de actividad pastoral, de actividad auténticamente pastoral. El sacerdote debe ser, sobre todo, un hombre de oración.
Y, siendo hombres de oración, buscaremos especialmente al Señor en la Eucaristía. La Eucaristía es nuestro centro, nuestra vida, nuestro alimento, nuestro gozo. No nos quedemos sin celebrar la Eucaristía ningún día. En la Eucaristía aprendemos a ser sacerdotes, ofrecemos con Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, nuestras vidas al Padre, nos inmolamos con Cristo para la vida del mundo, recibimos el don de su Espíritu y al comulgar el Cuerpo y la Sangre del Señor nos hacemos uno con toda la Iglesia, la del cielo y la de la tierra, para encarnar en el mundo la vida misma de Dios.
Ser sacerdote significa convertirse en amigo de Jesucristo en toda nuestra existencia. Creciendo cada día más en esta amistad, hasta que el Señor nos llame a su presencia. El mundo tiene necesidad de Dios, no de un “dios” cualquiera, hecho a la medida del hombre, sino del Dios de Jesucristo, del Dios que se hizo carne y sangre, que nos amo hasta morir por nosotros, que resucitó y que creó en sí mismo, en su cuerpo resucitado, un espacio para el hombre. Este Dios debe vivir en nosotros y nosotros en Él. Esta es nuestra vocación sacerdotal: sólo así nuestro ministerio sacerdotal puede dar fruto.
Que la Virgen María nos acerque cada día más a su Hijo Jesucristo. Que ella nos ayude especialmente en estos días del triduo sacro a vivir, los misterios de la pasión muerte y resurrección de su Hijo…



María, Madre de los Sacerdotes, te encomendamos a nuestro Obispo, sus Obispos Auxiliares y a todos los Sacerdotes de nuestra Diócesis de Madrid. Te encomendamos, llenos de esperanza el ministerio de nuestro Papa Francisco. Guarda en tu corazón e inspira la tarea y la misión de Mariano, Pepe y Juan Carlos y acompaña a la parroquia que lleva tu advocación del "Recuerdo" para que hagamos memoria de tu Hijo y con nuestros sacerdotes destilemos los ungidos por el bautismo en nuestro barrio el buen olor de Cristo. Bendice a todos los que en este año serán bautizados y confirmados en nuestra parroquia, a quienes asuman un ministerio para la Iglesia en la catequesis, la caridad, la liturgia, la acción social,... Y cuida con amor de madre a todos nuestros enfermos: los llevas en tu corazón, ayúdales a ellos y a sus familias y dales tu confianza, tu fe. Que este Año de la Fe, inspires todos nuestros pasos, decisiones e ilumines el corazón de todos para que unidos seamos capaces de vivir la Gran Fraternidad de los Hijos de Dios a la que nos convoca tu Hijo. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros.


No hay comentarios:

No nos hacemos responsables de los comentarios que se realicen.