Sábado Santo: DUELO, TIEMPO DE LÁGRIMAS Y SILENCIO



Hoy es un día de espera y silencio. Día de duelo. Hoy es un día en que las preguntas, acaso, muerden más: ¿Qué sentido tenía todo si habías de acabar en la cruz, Maestro?
Hago memoria de todos los hombres y mujeres de todos los tiempos que se han sentido vulnerables, inseguros, sin saber hacia dónde seguir.

No siempre sé a dónde me lleva el camino tras tus huellas. No siempre tengo claro a qué me llamas. No siempre soy capaz de seguirte.




Nos cuenta San Marcos que 

Cuando ya atardecía, siendo el día de la Preparación, es decir, la víspera del sábado,
llegó José de Arimatea, miembro ilustre del concilio, quien también esperaba el reino de Dios, y entró osadamente a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús.
Pilato se sorprendió de que ya hubiese muerto. Y llamando al centurión, le preguntó si ya había muerto.
Una vez informado por el centurión, concedió el cuerpo a José.
Comprando una sábana y bajándole de la cruz, José lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro que había sido cavado en una peña. Luego hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro.
María Magdalena y María la madre de José miraban dónde le ponían.



José de Arimatea, al fin, da un paso al frente. Se planta delante de Pilato, da la cara por Jesús: que, al menos, su cadáver sea tratado con dignidad, con respeto.
Con José yo también quiero hoy dar mi propio paso adelante. Ante la cruz, ante la entrega radical, ante el amor llevado hasta el extremo, te pregunto: Señor ¿y ahora qué?
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Al pie de la cruz, y después también acompañando el cadáver, seguirán las mujeres que le querían: su madre, Magdalena, la otra María. Ahora es el tiempo de las lágrimas y el silencio. A veces no hay solución rápida o inmediata, a veces la vida no es como la queríamos o la soñábamos, a veces parece que Dios calla pero ahí me llamas, Señor, a seguir confiando aunque no vea nada, porque el amor lo es para las horas buenas y las horas malas.
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El sepulcro evoca este lugar donde parece que el tiempo se detiene: una losa a la entrada, un cuerpo dentro. Si esto fuera el final resultaría demasiado duro. Pero no puede serlo, la última palabra no la puede tener la injusticia, la violencia o el odio, me niego a creerlo.
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A veces hay que esperar porque las palabras tardan y la vida suspende su fluir,
A veces hay que callar porque las lágrimas hablan y no hay más que decir.
A veces hay que anhelar porque la realidad no basta y el presente no trae respuestas.
A veces hay que creer contra la evidencia y la rendición.
A veces hay que buscar, justo en medio de la niebla, donde parece más ausente la luz.
A veces hay que rezar aunque la única plegaria posible sea una interrogación.
A veces hay que tener paciencia y sentarse junto a las losas que no han de durar eternamente.


Que Dios me hable hoy desde esa derrota aparente, desde ese silencio que acaso esconde un nuevo grito que ha de rasgar la tierra, desde ese sepulcro donde ahora parece que el Amor habla de otra manera.






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